Lo difícil que es coincidir... en el amor

  • Jafet R. Cortés

Tú, ¿Cuándo fue la última vez que te enamoraste perdidamente?, ¿ayer?, ¿hace dos años?, ¿más tiempo atrás, acaso?, quizás hoy vives enamorado y eso sería una completa fortuna, ¡en verdad!, no podría ser una fortuna más grande vivir enamorado de alguien en estos tiempos, y más fortuna aún aquella magia maravillosa que es coincidir y que nos amen –de distinta forma- pero con esas mismas ganas de enfrentarlo todo y hacer las paces –por un momento siquiera- con la muerte misma. 

Y esto lo escribe una persona que -pese a todo -ha intentado no verse envuelto en esa absorbente y embriagadora idea que pregonan aquellos muñecos de cera que controlan los hilos del mundo, aquellos seres mentira que nos hablan al oído, infundiéndonos –y a veces infringiéndonos- miedo a darlo todo, miedo a querer y que nos quieran bonito. 

Caminamos con tantas cicatrices encima -remachadas, medio cosidas; algunas de ellas quemadas con fuego; y otras completamente expuestas a flor de piel- pero, ¿quién en estos tiempos puede jactarse de tener el corazón intacto?, absolutamente nadie que haya amado, ha salido intacto de esa colisión de mundos. 

Ese contacto con otro ser –distinto a nosotros, extraño de cierta forma, en algunos momentos incomprendido-, en ocasiones, es brutal y deja ciertas escoriaciones. 

Como lo plantea la poetisa chilena, Cristina Peri Rossi, aquellas escoriaciones, son esos tajos profundos en la piel -llenos de peces y madera desprendida- que te pueden contar los estigmas de pasadas navegaciones, o las veces que hemos podido amar. 

Todo esto deviene de la palabra “coincidir”, un maravilloso concepto con tanto significado para nuestras vidas, que en ocasiones olvidamos observar a detalle. 

Aquella coincidencia implica que -pese al tamaño del mundo- dos personas, pudieran encontrarse en aquel primer momento, que significa mucho, pero no define del todo el futuro que aguarda. 

En ese primer coincidente encuentro, pudo haber pasado de todo: quizás fueron solo unos ojos, unos labios, una voz profunda, algunas pláticas; una ida al cine, tres cafés que se enfriaron con el paso de las horas; dos cervezas; algunos besos y quizás, un definitivo adiós. 

Coincidir no sólo es el encuentro, y eso nos lo enseña la vida -a veces esa enseñanza la pagamos con intereses al creer estar enamorados-, es ese primer paso que en realidad, no define nada; sólo es esa oportunidad que tenemos de conocer a otros y que nos conozcan. 

En este momento considero prudente describir el problema generacional que existe actualmente en torno al coincidir. En realidad existen muy pocas personas que buscan la responsabilidad que traen consigo las relaciones humanas, y en cierto sentido, buscan tenerlo todo. 

Actualmente vivimos en un mundo sumamente egoísta, repleto de muñecos de cera que se derriten a las primeras de cambio, cuando sienten tantito calor. Se acostumbraron a permanecer inertes, gélidos a la distancia, sin amar.  

Inculcaron en ellos la idea absurda de creer que podrían pasar la vida intactos o, habiendo sufrido una que otra caída, cerraron el telón ante cualquier posibilidad. 

En verdad hay muchísima gente con miedo a que le quieran bonito. Tantas cicatrices y cristales enterrados, les han hecho tener miedo y es comprensible, pero, en realidad todos estamos rotos en mayor o menor medida. 

Considero que se ha vuelto un pretexto colectivo más para seguir soltando, ese hecho de “sanar”, de “estar con nosotros mismos”; un “no eres tú, soy yo”, pero un poco más moderno, actualizado al ahora. 

Hay veces que en realidad lo que sucede es que por más maravilloso que parezca, la otra persona termina por no ser suficiente para arriesgarlo todo, y ya. A veces esa persona terminamos siendo nosotros, encerrados en una negación del tamaño de Júpiter. 

Hace algunas semanas marcó mi vida una frase maravillosa que encuadra perfectamente en la temática del día, decía –parafraseando un poco- que, El amor casi siempre es una mala idea, pero aun así permitimos que suceda… Sin el amor, esta vida, en ocasiones, sería intolerable. 

Con esa certeza debemos dejar de encadenarnos de pies y manos, en aquel decálogo de la mujer y el hombre contemporáneos, que indica que para terminar una relación solo debemos desaparecer; que es sano hacer competencias para ser “al que menos le importa”; que está bien pensar de más y planear todas nuestras respuestas; que debemos estar en búsqueda de una perfección, que en realidad no existe; que es correcto considerar, esa idea mal entendida, de que siempre habrá otra opción; que podemos darnos el lujo de no ser claros en nuestras verdaderas intenciones; entre otro puñito de etcéteras. 

Con esa certeza debemos dejar de ser muñecos de cera, de ser mentira, y auténticos, recuperar la confianza en lo maravilloso que es coincidir, amar la trama que conlleva. Amar.