Expresión libre

  • Gabriel Reyes Cardoso

Ayer fue 7 de junio y en los calendarios sociales antiguos,  alguna vez, fue importante:  El día de la libertad de expresión.

No hubo ceremonias, ni comidas, ni nada.  Ni oficiales , ni particulares. Ni siquiera felicitación a los periodistas, que no se sabe, por qué,  eran los destinatarios de esta efeméride. ¿Quizá porque eran los intermediarios para construir esa libertad o protegerla o...?

Los críticos de la historia reciente y los promotores  de la anti corrupción, dirían que no hay nada que celebrar, porque se ha roto la asociación perniciosa, gobierno-periodistas. Yo creo que no se acabó. Es una función indispensable en la comunicación del gobierno con su sociedad, que no al revés y menos ahora.

Nuevos formatos de relación entre los productores de contenidos informativos, los distribuidores y los consumidores son evidentes. Por ratos los condenan en la amenaza discreta. Por costumbre en la difamación. Por conveniencia en la autocensura, aunque hay informadores y medios que mantienen espacios de contracorriente, refugiados en nichos de oportunidad que permiten autosostenerse.

Lo cierto es que, ahora la expresión no pasa, necesariamente por periodicos, revistas, radio, televisión y los medios tradicionales.

 Debemos reconocer que expresiones de todo tipo, en los 3 lenguajes humanos, comparten libre, rebelde, irresponsable, irónica, irreverente y groseramente, contenidos que interactúan en los mismos tonos y que han disuelto el viejo concepto de ¨debate público¨, base de la asociación perniciosa, si es que la había.

Ahora podríamos hablar de un debate, más público, que antes. No sabemos si esto será de mayor eficiencia para el desarrollo de una sociedad que con todo, apenas empieza a despertar.

Ningún actor de la vida colectiva tiene capacidad para controlar ese nuevo debate, que de entrada, es más libre que el anterior.  Hereda también, injustamente, la carga negativa a los trabajadores de la información, olvidando que en una relación, el pecado, si lo hay, para que se dé, debe ser entre dos. 

Con los nuevos medios de comunicación, cualquiera es informador, cualquiera es productor de radio, de televisión, cualquiera es comunicador, porque, sin estudiar la construcción de mensajes, la elección de los receptores y el diseño de los emisores; comunica, porque provoca reacción, promueve interacción y debate múltiple, muchos, mini debates, quizá poco significativos, pero al final, debate colectivo, más libre.

Creo, que, por tanto, ayer debíamos haber dedicado al menos una reflexión para entender el nuevo patrimonio de expresión, que disponemos los habitantes de la aldea global, los ciudadanos digitales, los albañiles de la cibercultura,  para cuidarlo, mantenerlo y empoderarlo.

Son cosas de la sociedad líquida en la que vivimos, del cansancio que traemos a cuestas, de la incredulidad que ya ni podemos calcular, de la desconfianza en las instituciones y de una vida en red,que nos seduce y nos ofrece oportunidades que por años, fueron reservadas a los expertos, a los profesionales de la comunicación y a otros no tan profesionales, pero audaces.

Los espacios virtuales, los instrumentos digitales, construyen nuevos  ecosistemas de expresión, que permiten nuevos comunicadores que los convierten en espacios de aprendizaje, porque se alimentan de creaciones, a veces ingenuas, a veces ofensivas, pero, auténticas,  de muchos actores que comparten y colaboran con sus pensamientos y experiencias, con otros que ni siquiera imaginaban existían.

Pero van más allá, crean redes de colaboración y actuación.  Hoy en día, son evidentes las soluciones de múltiples problemas, tan solo poniéndolas en las redes.  Desde una receta para hacer huevos estrellados, hasta la localización de personas extraviadas o secuestradas.

Claro que estas nuevas verdades preocupan a los actores politicos, comenzando por el gobierno, en todos sus niveles y en todos los países.

No los mueve el afán de control. Está visto que no sirve como elemento de gobernanza. Los anima la intención de hacerlos coincidir, en lo que, necesitan. Ahí se gesta una nueva relación, que por su interés unilateral, producirá, al tiempo, una relación perniciosa. Nuevos esquemas, viejas mañas.   

Por ahora, aspiran solo a la organización de respuestas colectivas instantáneas cuando no les gusta lo que esa selva salvaje de la comunicación dice de ellos.

Los actores de los negocios y distracciones también están inmersos en la búsqueda de posibilidades de redireccionar a los homos digitales, en sus objetivos de marketing.

Y los comunicadores profesionales, extraviados en esas nuevas nubes, que no terminamos por entender, menos por aprender.  Bien haríamos en entender que no debemos seguir tratando a nuestros lectores o receptores de mensajes, como depósitos de información y no como agentes de colaboración, de interacción, fuentes de información veraz, oportuna, suficiente y plural que todo buen trabajador de la expresión humana, necesita, para no caer en esos baches que retan la dignidad humana.

La expresión pública o individual, para ser libre, solo necesita respeto y si acaso, colaboración.  No hay mejor forma de acreditar su utilidad pública, que manteniéndola lejos de las ansias, inmorales, de controlarla.

Creo que sirve más así, abierta, improvisada, hasta irrespetuosa y grosera, pero libre.  Es expresión de una nueva realidad social a la que apenas podemos asomarnos.

Porque la expresión y más la libre expresión no podemos elevarla a los altares de la falsa veneración y culto, ni depositarla en los museos. Debe dejarse ahí, fuera de todo control y estigma, porque en la sociedad actual, el intercambio de mensajes de personas no expertas, permiten desarrollar nuevas formas de pensar  y actuar.

Recuerdo que eso es precisamente lo que deberíamos festejar, cuando hablamos de libertad de expresión.