“El H”, “El niño sicario”, “La liebre” y el gatopardismo del Estado mexicano

  • José Luis Ortega Vidal
Durante una década el capo mantuvo un alto perfil social empresarial

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La ejecución de Bernardo Cruz Mota (a) “El niño sicario” y familiar de Hernán Martínez Zavaleta (a) “El H” -ocurrida el 23 de junio del año 2017 en Coatzacoalcos, Veracruz- constituye un hecho que marca aun cierto destino fatal de la llamada capital petroquímica de México.

Fuerzas federales debieron intervenir para que al cuerpo de Cruz Mota se le practicara la necropsia de ley que “El H” prohibió a las autoridades ministeriales locales, cuya debilidad institucional quedó expuesta al obedecer, sin chistar, las instrucciones del capo, a la sazón jefe regional de los zetas en el sur de Veracruz y Tabasco.

Periodistas locales cubrieron el acontecimiento y existen testimonios sobre la presencia políticos y empresarios de la zona en aquella despedida del “niño sicario”.

“El H” habría advertido que ahí vería quiénes eran sus incondicionales y quiénes fingían serlo.

Durante una década el capo mantuvo un alto perfil social empresarial y fue de fama pública su responsabilidad en delitos federales y del fuero común cometidos en la región: huachicoleo, trata de blancas, secuestros, narcotráfico…

En  el gobierno del estado -durante los sexenios de Fidel Herrera, Javier Duarte y Miguel Angel Yunes- nunca se dieron por enterados sobre la presencia y las operaciones de Martínez Zavaleta.

Nadie lo molestó ni con el pétalo de una investigación ministerial.

Ocurrió, empero, que Martínez Zavaleta decidió vengarse y ordenó la muerte de quienes ejecutaron al “niño sicario”.

Se ubicó al chofer de un “taxi” donde se trasladaron los ejecutores de Bernardo Cruz Mota.

Vivía en una colonia cercana al puente Calzadas, que separa la zona conurbada de Coatzacoalcos y Cosoleacaque.

Hasta ahí llegaron sicarios presuntamente enviados por “el H”, entre los cuales habría estado Alaín López Sánchez (a) “La liebre”, convertido en prófugo a partir de aquellos hechos.

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La venganza construyó un escenario émulo del infierno.

Mataron al chofer del taxi que trasladó a los asesinos del “niño sicario”, pero también a su esposa y a sus cuatro hijos de sólo 3, 4, 5 y 6 años de edad.

Aquello fue demasiado.

Una cosa es la guerra entre cárteles y otra el asesinato -a manos de gente sin alma- de niños inocentes.

Herodes hizo acto de presencia en Coatzacoalcos…

El pecado narrado en la Biblia se vivió y se vive en el sur de Veracruz…

Las instituciones todas, de todos los niveles, exhibidas como débiles, cómplices o incapaces de frenar la locura infernal de los capos…

A Hernán Martínez Zavaleta se le detuvo en Villahermosa, Tabasco, el primer día de julio del 2017; es decir a sólo ocho días del asesinato de su pariente  “el niño sicario” y a una semana de la réplica del acto de Herodes en las inmediaciones del río Calzadas.

El gobierno federal no soportó la presión mediática nacional que desató aquel exceso e hizo lo que tres gobiernos estatales veracruzanos no pudieron o no quisieron llevar a cabo.

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“La liebre”, presunto sicario y supuesto autor material de la muerte de los inocentes y sus padres como venganza por el asesinato del “niño sicario”, fue detenido el pasado domingo 3 de marzo en el malecón de Coatzacoalcos.

Ha trascendido que durante los dos años que escapó de la ley asumió la sucesión de su ex jefe Martínez Zavaleta “El H”, como jefe del cártel de los zetas en el sur veracruzano y Tabasco.

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Todo lo anterior son datos de los que sobresalen dos elementos:

  1. Una visión moral sobre la descomposición de nuestra sociedad a niveles bíblicos con el asesinato cada vez más común de niños en una guerra inhumana, lapidaria del espíritu.
  2. El trasfondo político del andamiaje que va desde la década que “El H” dominó la escena delincuencial en el sur de Veracruz y Tabasco frente a las autoridades que voltearon hacia otro lado o fueron cómplices, entregando al crimen organizado a una población indefensa; hasta la captura de la “Liebre”, un presunto multiasesino.

La captura de Alaín López Sánchez no cierra capítulo alguno en el presunto combate al crimen organizado, sino que abre nuevos escenarios donde alguien lo reemplazará; ese alguien se enfrentará a rivales por el control de la plaza y la diáspora de Coatzacoalcos, la disminución o incremento de los índices delictivos seguirán apuntando a un hecho histórico ya indiscutible: el crimen organizado en México nació desde el Estado, alimenta al Estado, varía en sus circunstancias gobierno con gobierno pero no puede desaparecer porque forma parte, ya, de las estructuras oficiales.

Max Weber, filósofo y sociólogo alemán, definió así al Estado como monopolio de la violencia:

“Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.”

En México el Estado no sólo lleva décadas concediendo el derecho a la violencia física, sino que la ha impulsado y en los años que corren ocurre que se perdió el control al respecto, lo que nos coloca ante elementos de Estado Fallido.

“El H”, “El niño sicario”, “La liebre”, siempre han existido como producto del Estado.

Por tanto, la parte anecdótica que representan sus trayectorias delictivas sólo cambia y cambiará de rostros porque la esencia de su existencia luce intocable.

Con la detención de “La liebre”, con todo y su notable significado en el aspecto operativo de las fuerzas del orden, las cosas cambian para seguir igual, parafraseando a Lampedusa y su inmortal “Gatopardo”.