Periodismo en Veracruz: crece la muerte, incrementan preguntas y auto cuestionamientos

  • José Luis Ortega Vidal

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Eran los años ochenta, época de terror en Veracruz.

Toribio “El Toro” Gargallo era dueño de vidas y haciendas en la zona montañosa del centro de Veracruz; concretamente en la sierra de Tezonapa y en la región de Córdoba.

Asesino, líder de una mafia de sicarios, empleado del Estado en los gobiernos de Agustín Acosta Lagunes. Fernando Gutiérrez Barrios y Dante Delgado Rannauro , “El Toro” llegaba a menudo al restaurant “Colorines” en Fortín de las Flores, un paradisiaco lugar entre Córdoba y Orizaba.

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Martín Heredia, un joven reportero de la sección de sociales en un periódico cordobés, desapareció de pronto.

No se supo nada de él durante mucho tiempo.

Un vecino de Córdoba que vivió aquella época lo rememora así: “después de que la policía mató a Gargallo ahí en la desviación hacia Omealca (1991), hallaron las fosas clandestinas y se supo que apareció el cuerpo de Martín…”

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En Acayucan, décadas atrás, existió un periódico llamado “El Azote”.

Su dueño, un periodista al que apodaban “El Totolito”, tenía la costumbre de vocear la publicación de aparición esporádica.

Un día le dio por anunciar lo que apenas iba a publicar y cuando estaba gritando a medio pueblo que en el siguiente número contaría historias incómodas para personajes del poder local, lo mataron.

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Como reportero del Sur por casi tres décadas me ha tocado conocer muchas historias de índole policiaca.

Muchas de ellas, sobre todo en los últimos seis años, son protagonizadas por mi gremio y resulta sumamente doloroso llevar un recuento de más de 15 periodistas asesinados en menos de dos sexenios.

Constituye una carga existencial haber conocido, convivido, compartido trabajo y vivencias con varios de ellos. A las ausencias mortales sumamos los casos de los amenazados, secuestrados, torturados que lograron sobrevivir y padecen su trauma junto con quienes les queremos.

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Esto no es vida.

Los periodistas somos seres humanos y como cualquier otro sabemos que un día moriremos.

También estamos conscientes que nuestro oficio es riesgoso y asumimos tal condición desde el momento que aceptamos un lugar en un medio de comunicación o abrimos uno propio y salimos día con día a buscar información y la compartimos.

Pero de estas condiciones a ver a nuestros colegas asesinados, secuestrados o torturados, hay una distancia de vida y de responsabilidad individual y colectiva.

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La madrugada de ayer, jueves 13 de agosto, fue asesinado el reportero Juan Santos Carrera, en Orizaba.

Nos enteramos asimismo que el 30 de noviembre de 2006 fue hallado el cadáver de  Adolfo Sánchez Guzmán  -corresponsal de Televisa Veracruz- en los márgenes del Río Blanco, municipio de Nogales, conurbación de Orizaba.

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Con el paso de los años la lista es enorme e incluye asesinatos de periodistas en Minatitlán y Coatzacoalcos, así como en otras regiones de la entidad veracruzana.

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¿Quién sigue y por qué?

Estas dos preguntas son esenciales para que los periodistas veracruzanos pensemos, día con día, en la mejor forma de sobrevivir.

Porque ser periodista en Veracruz, hoy en día, es el equivalente a ser policía, militar o mafioso: sabes que saldrás de tu casa pero no sabes si volverás.

¡Cuidado!

He dicho mafioso.

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A diferencia de los periodistas, los mafiosos violan la Ley y su  muerte, por tanto, se justifica desde el punto de vista jurídico e incluso desde cierto ángulo de la moral; tan dos caras o más la tal moral...

Hasta aquí,la analogía entre periodista, policía, militar y mafioso, ha sido sólo porque la muerte es la muerte y duele igual a los deudos y al protagonista, al margen del oficio.

En términos prácticos, por otra parte, cada accionar humano tiene sus riesgos y –en teoría- un mafioso es más proclive a morir que un policía o un militar pero estos dos últimos oficios, al operar el monopolio de la violencia de parte del Estado (Max Weber), es decir al ser labores dedicadas al combate del delito y cuidar los intereses del Poder, son trabajos ligados –por definición- a la violencia.

No debiera compararse –salvo el caso de las corresponsalías de guerra- el oficio de periodistas con aquellos tres en términos de riesgo porque nosotros no usamos armas ni somos –por definición- enemigos de nadie ni de nada salvo de la injusticia, el hambre, la pobreza, la mentira.

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Empero, las estadísticas son crueles y al remitirnos a más de 15 muertes de periodistas en menos de una década, sólo en Veracruz, nos colocan automáticamente en la categoría de oficio de riesgo; lo que nos remite a las preguntas del punto 8:

¿Quién sigue?

No lo sé y espero no ser yo.

¿Por qué?

Esta pregunta es muy interesante y remite a una respuesta múltiple.

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En Veracruz los periodistas estamos siendo asesinados por elementos multifactoriales:

a)      Una descomposición política que remite a una encarnizada lucha por el poder entre grupos económicos, delincuenciales e incluso de pugnas ideológicas, a nivel nacional y estatal. Quizá tenga mayor peso el rubro delincuencial pero los otros están presentes, sin duda.

b)      Un proceso de descomposición social que suma a las fallas gubernamentales, partidistas o de Poder, los errores de una Sociedad Civil inconsciente de sus riesgos, de sus deficiencias, lo mismo que de sus responsabilidades; sociedad civil ajena a su grave circunstancia histórica y por tanto alejada de su solución.

c)       Nuestras propias contradicciones como gremio sin una identidad definida en varios aspectos: 1) Profesional 2) Académico 3) Económico 4) Organizativo 5) Operativo 6) Cultural, Jurídico, Histórico…

d)      El incremento  de elementos que nos remiten a un Estado Fallido: ahí donde hay hambre, pobreza, ignorancia, falta de condiciones básicas para vivir con dignidad y desarrollo, la delincuencia crece. Una niñez y juventud sin alimento y educación, además de falta de cuidado, disciplina, orden, ejemplos, son alimento de las mafias.

Esto está ocurriendo en México y se vincula a otros temas como la guerra de las drogas que desde el plano nacional se vincula al ámbito internacional donde -en el fondo- constituye guerra por el manejo de los grandes capitales que dejan la heroína, cocaína, mariguana, metanfetaminas, etcétera... a los gobiernos y a los empresarios.

Igual sucede con las armas que constituyen el gran negocio de las potencias capitalistas y de las metrópolis.

Fórmula cruel: el tercer mundo pone la mayoría de muertos y el primer mundo maneja las fábricas y administra las ganancias.

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A los periodistas nos mata el Poder -o el gobierno- y cuando no es así nos mata la mafia y cuando no es así nos matamos nosotros mismos y cuando no es así nos mata la sociedad.

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Si compartimos el dato de que el reportero Juan Santos Carrera convivía con el jefe zeta de la plaza en Orizaba al momento de ser asesinados ambos: ¿estamos criminalizando a la víctima?

Si José Abella, director del periódico “El Buen Tono” de Córdoba, anuncia que ha corrido a los dos reporteros policiacos que convivían con el jefe zeta, el reportero ejecutado y cuatro víctimas más: ¿estamos ante un acto de injusticia laboral?

Si leemos la declaración del propio Abella en el sentido de que los zetas le entregaban dinero al reportero asesinado para que a su vez lo repartiera con sus “colegas” en la región: ¿Estamos ante un caso que sólo ocurre en Orizaba? ¿O tal hecho de peligrosa y vergonzosa corrupción que involucra a periodistas nos remite al norte, sur y resto del centro veracruzanos?

Estas preguntas son tan importantes como el cuestionamiento sobre: ¿Siempre es el Estado?

Más aún; estas interrogantes nos remiten a otra: ¿Qué un gobernador sea llamado a declarar ante una Fiscalía, es un asunto de Izquierdas y Derechas?

¿Cuánta de su responsabilidad evade la Clase Política?

¿Cuánta de su responsabilidad evade la Sociedad Civil?

¿Cuánta de nuestra responsabilidad evadimos Nosotros Mismos?

¿Cuánta de su responsabilidad evade la Historia?