Carta abierta al Papa Francisco

  • Silvia Susana Jácome G.

Estimado Francisco:

Yo sé muy bien que esta carta jamás llegará a tus manos, no me importa, necesito escribirla para desahogarme, no puedo quedarme con todo el coraje, con todo el dolor que me da percibir ese odio que lanzas desde su posición privilegiada. Privilegiada, sí, pero que por lo mismo debiera entrañar una enorme responsabilidad. Y hay otra razón para no quedarme callada; en una de esas estas líneas empiezan a circular y llegan a manos de alguien a quien le puedan ser de utilidad, con eso me daría por bien servida.

Perdona si soy un poco grosera, no es mi intención; tampoco te voy a decir que te escribo “con todo respeto”, bien sabe la gente que me conoce que soy bastante irreverente. Y es que tengo que decírtelo, ya me harté. Ya me harté de tu doble discurso, de ese querer quedar bien con Dios y con el diablo, de tu filosofía de la Chimoltrufia, aquella que “como digo una cosa, digo otra”.

Y es que cuando apenas estábamos celebrando que te reunirías con un representante de la comunidad LGBTI en Paraguay, leo en las noticias tus lacerantes declaraciones en torno al cuerpo y claro que las personas trans nos ponemos el saco. Seguramente no te estabas refiriendo a los hombres o mujeres que se hacen una cirugía estética de la nariz o una liposucción. No, fuiste muy directo cuando dijiste que “pensar que disfrutamos de un poder absoluto sobre nuestro propio cuerpo se convierte en el pensamiento de que disfrutamos del poder absoluto sobre la creación”. Pero déjame decirte que te equivocas. Las personas transexuales sabemos que no disfrutamos de un poder absoluto sobre nuestro cuerpo; es un poder limitado, acotado por los avances de la ciencia y por lo que saberes como la nutrición o el acondicionamiento físico nos pueden aportar. Apenas y podemos modificar un poco –y sólo un poco- nuestra carga hormonal y, con ello, algunas características sexuales secundarias. Otros y otras recurren a cirugías para quitarse o ponerse mamas, para modificar los genitales y cosas por el estilo. Pero eso de “poder absoluto” es una falsedad; ya quisiéramos muchas mujeres trans ese poder absoluto para, por ejemplo, ponernos un útero y tener la capacidad de embarazarnos y parir; o unas mamas que verdaderamente pudieran amamantar a nuestras criaturas. Tampoco podemos modificar los cromosomas, nacemos XX, o XY, y así moriremos. Al menos, mientras la ciencia no disponga de otra cosa.

Dices también que hemos de aceptar nuestros cuerpos como un don de Dios. ¿Sabes? Me suena mucho a ese discurso que vociferaban tus antecesores –y que siguen repitiendo muchos curitas- en el sentido de “aceptar los hijos que Dios te dé”. ¿Y sabes qué ha generado la aceptación de los hijos que Dios te dé? Bien que lo sabes, mucha pobreza, sufrimiento, hacinamiento, muertes maternas, muertes infantiles y muchas otras desgracias.

Me suena también al discurso de tu antecesor Benedicto cuando, en África, el continente más lacerado por el VIH y por el sida, les decía a sus feligreses que no usaran condón.

En otro momento y luego de mencionar que “hay que valorar el propio cuerpo en su feminidad o su masculinidad”, dices que “no es una actitud sana la de intentar cancelar esta diferencia sexual porque no sepamos cómo hacer frente a ella”. Te vuelves a equivocar. Si intentamos cancelar esa diferencia no es porque no sepamos hacerle frente, sino todo lo contrario. Porque tenemos muy claro que a pesar de nacer con un pene somos mujeres; o a pesar de nacer con una vulva somos hombres. Y lo único que buscamos al modificar el cuerpo es sentirnos bien con nosotras o nosotros mismos. Y vaya que a muchas y a muchos nos ha costado sangre y muchas lágrimas poder vivir como las mujeres o los hombres que somos en una sociedad que se nutre de la homofobia y la transfobia que emana de los templos y, ahora, desde la mismísima Basílica de San Pedro.

Aquí creo que tengo que matizar un poco. No es lo único que buscamos. También buscamos acercarnos a los cuerpos que la sociedad nos ha impuesto como ‘femeninos’ o ‘masculinos’ para no sufrir tanto odio, rechazo y discriminación.

Y ya que toco el punto déjame decirte que en un momento dado hasta podría estar de acuerdo contigo en no modificar nuestros cuerpos, aceptarlos tal y como son. Pero desde una perspectiva muy distinta a la que tú propones. No para seguir encerradas o encerrados en el género que nos asignaron al nacer, sino porque aun y con ese cuerpo distinto al de la mayoría de las mujeres o de los hombres podemos ser las mujeres o los hombres que reconocemos ser.

Te lo pongo de otra manera. Si de verdad quieres que aceptemos los cuerpos “que Dios nos dio”, sería bueno que hicieras proselitismo para que la sociedad –pero sobre todo las familias- nos aceptaran como mujeres aun sin vulva y sin tetas, y como hombres aun sin pene y con tetas.

¿Me sigues? El asunto de la corporalidad en personas trans es muy complejo. A mí, que soy trans y sexóloga me cuesta trabajo saber qué tanto del deseo del cuerpo es inherente a la condición trans y qué tanto es producto del entorno social que nos ha venido hablando de cuerpos equivocados y de mujeres atrapadas en el cuerpo de un hombre (o viceversa). En todo caso, y en lo que creo que muchas y muchos estaríamos de acuerdo, es en que habría que tratar de evitar las modificaciones que sin el conocimiento adecuado y sin la supervisión médica se practican muchas personas trans. Me refiero a terapias hormonales sin acompañamiento médico, me refiero a implantes de segunda o tercera mano, me refiero a sustancias modeladoras que terminan provocando necrosis y otras consecuencias que llegan a poner en riesgo la vida. Cuando dije “modificaciones sin el conocimiento adecuado” iba a poner “modificaciones irresponsables”, pero me abstuve. Me abstuve porque tendría que estar en la piel –literalmente- de estas chicas para entenderlas; no podría tacharlas de irresponsables. Seguramente algunas sabrán que se arriesgan, pero no tienen los recursos para pagar un endocrinólogo, o para ponerse implantes seguros o usar sustancias que no les perjudiquen, pero prefieran correr el riesgo y verse “como mujeres” durante dos o tres años, que vivir treinta o cuarenta años más con un cuerpo que no sienten como propio.

La verdad es que a mí en lo particular me tiene sin cuidado lo que dices, por muchas cosas. Primero, porque tú no eres un experto en sexualidad, ¿por lo menos la ejerces a nivel coital?, ¿sabes lo que es un placer erótico? Perdón, supongo que esas preguntas no se le hacen a los Papas. Te decía que tú no eres un experto en el tema; las y los verdaderos expertos en sexualidad saben que es válido buscar modificaciones corporales si ello conlleva a un mayor bienestar en la persona. En estos temas, perdón, pero prefiero hacerle caso a ellas y a ellos y no a ti.

¿Y sabes porqué otra cosa me tiene sin cuidado, y creo que hasta risa me dan, tus declaraciones? Porque no tengo la certeza de que Dios exista; tampoco de que no exista, pero en todo caso, lo que sí me queda muy claro es que, en caso de existir, no se parece en nada al Dios que tú y tus empleados se han encargado de promocionar desde que el agónico imperio romano coptó al cristianismo revolucionario de los primeros siglos, y así como el PRI se apropió de la Revolución Mexicana para institucionalizarla y quitarle todo su valor, así también el imperio romano descafeinó la esencia del mensaje cristiano y lo convirtió en una serie de prohibiciones y amenazas. Perdón por aludir al PRI, pero si en tus correspondencias privadas hablas de mexicanizaciones, supongo que estarás medio enterado de nuestras realidades.

Pero no quiero salirme del tema. Te decía que a mí no me afectan tus declaraciones, pero sí me preocupan las y los miles de jóvenes que siguen creyendo en la iglesia santa, católica, apostólica y romana (mucho más romana e imperial que santa) y pudieran entrar en conflicto a la hora de querer modificar sus cuerpos para sentirse bien y para contar con un reconocimiento social. También me preocupan las y los padres de estas chicas y chicos trans que si de por sí les cuesta trabajo aceptarles con su verdadera identidad, con tus descalificaciones será todavía más difícil. ¿Y sabes el Calvario que significa para estas chicas y chicos crecer sin el apoyo de papá y mamá? Y para seguir con la alegoría del Calvario, tú estás poniéndole los clavos a esas personas trans que acaso sean rechazadas al interior de sus familias.

Mi querido Francisco. Con declaraciones como estas lo único que haces es avivar el fuego. ¿Por qué mejor no haces un llamado a los padres y madres de familia para que acepten a sus hijas e hijos trans? ¿Eso no iría más en consonancia con el mensaje de amor de Jescucristo. ¡Ah!, pero qué ingenua, se me olvida que cuando el imperio romano coptó al cristianismo para fundar la iglesia santa, católica, apostólica y romana, ignoró la esencia del mensaje de Jesús y privilegió los mensajes de Pablo, un soldado romano –sí, romano, hijo del imperio- que ni siquiera conoció personalmente a Jesús.

Jesus jamás condenó la homosexualidad, Jesús defendió a los eunucos –que de alguna manera podrían equiparse a las personas trans de hoy- y en algún momento dijo: “he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. ¿Cómo puede una persona trans “vivir en abundancia” si, como tú le sugieres, tendría que someterse al género que la sociedad le ha asignado en función de los genitales que tu Dios le dio?

Una última pregunta –y espero que mis muchos y muy buenos amigos gays no lo tomen a mal- ¿por qué reconociste públicamente no ser nadie para juzgar a los gays, pero sí juzgas, y de manera lapidaria, a las y los trans?

Atentamente:

Silvia Susana (una mujer trans mexicana, orgullosa de su cuerpo, con todo y sus modificaciones)