• Sociedad

Albañil detenido por la Interpol narra experiencia en la cárcel

  • Inés Tabal G.
La familia de Moisés decidió ocultarle la noticia del fallecimiento de su hijo hasta que saliera libre

A Moisés Álvarez Pérez se le quiebra la voz al narrar su experiencia dentro de la cárcel. Durante un mes y medio estuvo preso en el Reclusorio Sur de la Ciudad de México por un error de la Interpol, acusado de un asesinato que no cometió. 

Al mediodía del jueves 11 de agosto del 2022 regresó a su casa, en el puerto de Veracruz. El olor a sopa recién hecha impregna la cocina de su casa, un platillo que a Moy le sabe a gloria después de probar la comida del reclusorio

El hombre de 49 años es alto, de mirada seria, pero con un sentido del humor que no pierde a pesar de que vivió 42 días preso. La detención de la Interpol buscaba extraditarlo a los Estados Unidos por un homicidio cometido el 14 de septiembre de 2009, la víctima era una mujer de 45 años de nombre Faith Worthy Guillory

El cuerpo de Faith fue encontrado en un vehículo en un complejo de apartamentos de la ciudad de La Marque, en el condado de Galveston del estado de Texas, lugar en el que Moisés jamás ha estado porque nunca ha salido del país. 

El verdadero sospechoso de ese crimen es un migrante con el mismo nombre, pero con apellidos en distinto orden, Moisés Pérez Álvarez, quien se encuentra prófugo en México

El 22 de junio personal de la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol, por sus siglas en inglés) se lo llevó preso por una coincidencia con el nombre del verdadero sospechoso de ese crimen, es decir, homonimia. Mientras termina su plato de sopa, asimila los cambios que hubo a partir de ese momento. 

Sentado en su sofá junto a su esposa confiesa que se siente feliz de haber salido libre, pero al mismo tiempo le surge un sentimiento de impotencia. Hace dos horas se enteró que su hijo mayor murió, su cara muestra tristeza, durante su estancia en prisión su familia prefirió no darle la noticia. 

“Ahorita que llegué a la casa me dice mi esposa que mi hijo murió y ya no lo alcancé a ver, ya no lo voy a ver nunca. No me despedí ni nada, eso fue lo más triste que supe”, dice con la voz entrecortada. 

El 4 de julio, su hijastro Rubén David Ortega Gamboa de 26 años murió de un infarto mientras trabajaba. La preocupación de tener a su padre encerrado le provocó daños emocionales que lo llevaron a la muerte. 

“Él no era mi hijo de sangre, cuando conocí a mi esposa tenía dos niños pequeños, pero yo los cuidé, crecieron como mis hijos. Yo los bañaba, los llevaba a la escuela, los cambiaba de pañales y todo”, recuerda. 

Quince días antes de que se lo llevaran preso pudo visitarlo en su trabajo. Rubén era chef en un restaurante en Antón Lizardo, aquella vez solo pudieron hablar una hora, pues tenía que irse a trabajar, se despidió de él con la idea de que volverían de vista, pero esa fue la última vez que lo vio con vida, lamenta. 

DE TRABAJAR EN OBRAS A ESTAR PRESO CON DELINCUENTES

Moisés es albañil, no terminó la primaria por lo que no sabe leer ni escribir. Toda su vida trabajó en construcciones de casas, en el momento que fue arrestado se dirigía a una obra. Sus vecinos lo describen como un hombre tranquilo, serio y de pocas palabras, pero respetuoso.

Nunca se metía con nadie, ni tuvo problemas con ninguna persona; incluso, el día de su arresto no opuso resistencia, pues sabía que él era inocente y no tenía ninguna cuenta que saldar. 

Asegura que los agentes que lo trasladaron nunca le hicieron saber el motivo de su arresto, ni siquiera le dijeron sus derechos. 

 

 

“Cuando los policías me llevaban en la camioneta me dijeron que ya me habían estado vigilando, sabían donde vivía, hasta que tengo una casa de Infonavit que no he podido pagar. Un día antes de mi arresto ya me estaban esperando, pero aquella vez no salí, fue por eso que no me arrestaron, esperaron que estuviera fuera de mi casa”, cuenta. 

El día de su arresto hizo una pequeña parada en la delegación de la Fiscalía General de la República (FGR) de la ciudad de Veracruz, le tomaron sus datos pero nunca le ofrecieron realizar una llamada a su familia para que supieran dónde se encontraba. 

De inmediato fue trasladado a la Ciudad de México al Centro de Comando y Control (C2), donde estuvo cerca de 15 días, en ese lugar convivió con personas acusadas de delitos menores como robos y disturbios, así como con detenidos por intento de homicidio. 

Después de las dos semanas fue trasladado al Reclusorio Sur, “mañana nos trasladan para la otra cárcel”, le dijo uno de sus compañeros. Aquella noche no pudo dormir, en un inicio por el frío que tenía y después por el temor de no saber cómo era el lugar a donde lo iba a trasladar. 

“Me dijeron que en el otro lugar estaba más feo porque te golpean si no pagas una cuota. En ese lugar hay asesinos que ya no van a salir libres y te pueden matar solo por quitarte tus cosas”, cuenta. 

Su estadía en el Reclusorio Sur fue más tortuosa, padeció extorsiones, amenazas de golpes y agresiones por parte de los reclusos. 

La celda donde estaba la compartió con otros cuatro detenidos. Un cuarto de cuatro por cuatro metros donde había cuatro literas, pero no se le permitía utilizar ninguna. 

En ese entonces su esposa ya tenía comunicación con él y le llevó una manta y artículos de higiene, productos valiosos dentro de la cárcel que tenía que cuidar para que no se los robaran. 

Moy relata que dentro del reclusorio hay jerarquías, están desde los delincuentes más peligrosos hasta gente que, como él, no ha sido llevada a un juicio. Todos los reclusos tienen que cumplir las órdenes de los presos que llevan más años, de lo contrario son golpeados. 

Durante los días restantes de su encierro su cama era un pedazo de cartón junto a la taza del baño, pues la litera que fue designada para él estaba ocupada por cosas que tenían los reos. Su tarea era limpiar el cuarto donde todos dormían y lavar los trastes. 

Janet dice que a la semana tenía que enviarle 600 pesos para pagar su estadía en la cárcel. Este pago era hecho por medio de cuentas bancarias que los reos le hacían llegar, con tal de que su esposo no tuviera problemas. 

El pago de las cuotas que cobraban para no golpearlo dentro de prisión fue en total de 5 mil pesos, además el dinero que gastó su familia para trasladarse a la CDMX y vigilar el avance del proceso.  

Los cambios en el físico de Moisés son evidentes, Janet dice que lo ve más delgado y cansado por las noches que no pudo conciliar el sueño. Durante el tiempo que estuvo preso se enfermó del estómago, porque la comida que le daban estaba cruda, había días que no comía porque temía enfermarse de nuevo. 

EL DÍA QUE SU CASO LLEGÓ A LA MAÑANERA

El 26 de julio, el caso de Moisés llegó a la conferencia mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador, gracias a que su esposa Janet Gamboa Romero levantó la voz sobre la injusticia que vivían. 

López Obrador solicitó a la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, que revisara el caso, aquel día Moisés fue llamado por el director del reclusorio y de inmediato fue cambiado de celda. 

Esta vez el ambiente en aquella celda era diferente, el cuarto estaba más limpio, la comida tenía otro sabor y estaba mejor cocida, contaba con una litera y colchoneta. Sus compañeros eran de otras nacionalidades y ya no lo hostigaban. 

“Después de que salió todo en la mañanera solo estuve como una semana en esa parte del reclusorio, personal de gobernación se acercó con mi familia para ayudarnos con la agilización de los trámites”, dice. 

El caso de Moisés Álvarez Pérez evidenció la manera en que organismos internacionales operan en México, al igual que las personas que son detenidas por homonimia, quienes su único delito es tener el nombre y apellidos similares. 

Pese a que un informe del presidente señaló que presentó una denuncia ante la Fiscalía General de la República (FGR) en contra de personal de la Interpol, asegura que antes de seguir con el proceso desea descansar y retomar su rutina de trabajo para estar con su familia.

 

ys