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Día del Amor: los escribanos del Centro Histórico en la CDMX
En nuestros días, el oficio del escribano pasa desapercibido para la mayoría de los capitalinos.
Sin embargo, es en Santo Domingo -la segunda plaza más grande de la Ciudad de México, sólo detrás de la plancha del Zócalo-, en dónde se esconde este nostálgico oficio que data de 1676, que a la fecha sigue vivo, resistiendo al paso ciclónico del tiempo, del progreso y de la tecnología.
Para este oficio que comenzó con los denominados "amanuenses", los cuales escribían a mano cartas de amor, no sólo era necesario interpretar el sentimiento del enamorado que acudía para que le escribieran una carta a su amada, sino también tener una completa formación de tramitador y conocer todas y cada una de las dependencias oficiales que en aquellos años existían.
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Los escribanos o los "evangelistas", como se les llamaba en aquella época lejana del siglo XVII, auxiliaban a los pobladores de la ciudad a escribir cartas para sus seres queridos, así como a redactar escritos dirigidos a la burocracia.
Con el avasallador avance de la tecnología, los "amanuenses" sustituyeron la escritura de puño y tintero por el tecleo de la máquina de escribir, así como el sonido del golpeteo de éstas con los dedos, con la rapidez y eficacia de este extraño aparato, el cual rápidamente los convertía en excelentes mecanógrafos y dio paso a la viva imagen de los escribanos, como se les llama comúnmente.
Sumergidos en las penumbras del antiguo edificio conocido como los Portales de los evangelistas en el Centro Histórico de la Ciudad de México, los escribanos ven pasar la cotidianidad esperando a algún cliente que necesite cualquier transcripción. Pero hoy, como casi cualquier otro día, no llega ninguno.
Al entrar a la Plaza de Santo Domingo provenientes de la calle República de Brasil, el edificio que cobija a los escribanos se puede ver en su totalidad. Es difícil creer que constituyó el espacio de trabajo de hasta 100 escribanos que atendían aproximadamente a 20 personas, o más, por día.
Sumergidos en las penumbras del antiguo edificio conocido como los Portales de los evangelistas en el Centro Histórico de la Ciudad de México, los escribanos ven pasar la cotidianidad esperando a algún cliente que necesite cualquier transcripción. Pero hoy, como casi cualquier otro día, no llega ninguno.
Al entrar a la Plaza de Santo Domingo provenientes de la calle República de Brasil, el edificio que cobija a los escribanos se puede ver en su totalidad. Es difícil creer que constituyó el espacio de trabajo de hasta 100 escribanos que atendían aproximadamente a 20 personas, o más, por día.
Preguntamos por José Gonzáles, el más antiguo escribano de los pocos que hoy en día quedan. Nos indican el respaldo número 12 de los portales, no sin antes hacernos una amplia oferta de trabajos de imprenta como invitaciones, calendarios, tarjetas de presentación o documentos como el CURP, Actas de Nacimiento, INE,y hasta títulos universitarios falsos.
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Al llegar al número 12 sólo se encuentra una persona de pie que no corresponde a ninguna característica del mecanógrafo José Gonzales; al preguntar por él, la respuesta es fría y lapidaria: "falleció en diciembre".
Nunca se espera que la respuesta al preguntar por una persona sea esa, pero la realidad es diferente.
Sin embargo, indican que existe otro escribano que nos puede ayudar para los fines por los cuales buscábamos a José Gonzáles, y para nuestra sorpresa también ocupa un pequeño lugar frente al número 12, aunque por desgracia invade parte de un exhibidor de recuerdos e invitaciones de otro comerciante.
Mientras arregla su escritorio y prepara su máquina de escribir para comenzar su día laboral, nos acercamos a Don Miguel.
Nos dice que su nombre es Miguel Hernández, mientras se quita la gorra para mostrarnos su mejor perfil.
- ¿Cómo empezó usted en el oficio de escribano?
Yo llegué aquí porque salió en aquellos periódicos en la sección de avisos oportunos que necesitaban un mecanógrafo, que ahora es el nombre del escribano, entonces fue como yo llegué aquí hace más de 40 años. Había mucho trabajo e inmediatamente empecé a trabajar.
- ¿Entonces usted es de los mecanógrafos con mas años aquí en el oficio?
Sí, tal vez sí sea de los que lleva más años, pero todavía existen algunos compañeros de la misma unión de mecanógrafos y tipógrafos públicos que pueden tener muchos más años que yo.
Al preguntarle a Don Miguel qué es lo que más le ha gustado del oficio de escribano, su respuesta se asemeja en demasía con la habilidad más importante que poseían los amanuenses.
"Lo que me ha gustado más que nada es entender a los clientes y ayudarles a resolver los problemas que a veces tienen con respecto a la comunicación escrita, ya sea en cartas, en cuestiones oficiales, en traducciones de inglés a español o de español a inglés. Sobre todo, ayudarlos en la situación romántica, en la escritura de cartas de amor, como lo hemos venido haciendo desde los amanuenses hasta nosotros los escribanos".
Con una leve sonrisa dibujada en su rostro, asegura que las experiencias desagradables dentro de este oficio son pocas: "porque aquí, casi todo por muy negativo que sea le damos una cara positiva, para que las cosas salgan bien. Aquí nunca descomponemos, contribuimos a que mejore la situación de la persona que se acerca con nosotros".
- ¿Encuentra alguna diferencia entre sus clientes de años anteriores y sus clientes de hoy en día?
Más que nada ahora ya la mayoría piensa que se está comunicando con los Whats App o con los medios electrónicos, y a veces si tienen esa capacidad y lo logran, pero algunas otras no. Más que nada es que aquí hemos ido adquiriendo experiencia a través de todas las personas que alguna vez han venido y con eso podemos hacer nuestro trabajo.
Al preguntarle si nos puede escribir alguna carta, nos contesta que sí. Al mismo tiempo, y con rapidez, saca una hoja de entre una montaña de libretas y la coloca en la máquina de escribir.
Antes de comenzar a teclear su máquina, una Olivetti Línea 98, nos deja en claro una cosa: "el oficio de escribano no es lo mismo que estar nada más de mecanógrafo, tiene muchas otras relaciones, sobre todo escuchar a las personas, entender su problemática y ayudar a resolverla, a diferencia de la computadora que solo está ahí, estática".
Parece muy concentrado a pesar del ruido, de las risas de cuatro hombres que platican a unos cuantos pasos del escritorio de Don Miguel, a pesar de las consignas que surgen de la manifestación que toma posesión de la plazuela, frente al edificio de la Secretaría de Educación Pública (SEP).
El trance en el que el escribano entra mientras golpea velozmente las teclas con los dedos, sólo es interrumpido por un dato que nos brinda Don Miguel inesperadamente: "son 400 años de escribanía aquí en estos portales, nuestros antecesores, los amanuenses, escribían las cartas románticas a mano, lo único que ha cambiado es nuestra herramienta de trabajo", menciona, mientras se vuelve a concentrar para continuar escribiendo nuestra carta, al revivir ante nuestros ojos una tradición que se resiste a desaparecer, a pesar de tener en contra el rápido avance de la tecnología frente a las cartas de amor tradicionales.
Con información de La Silla Rota
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