- Migrantes
Hermanas se reencuentran después de tres décadas
Las dos mujeres que se abrazan frente a mi tienen 37 años de no verse. Cuando lo hicieron por última vez eran unas niñas y vivían en Tiquisate, Guatemala.
En todo ese tiempo una le dejó de hacer a la otra el caldito con frijol y leche con polvorón que tanto cenaban juntas.
En aquel entonces Aida Amalia Rodríguez Ordoñez tenía 13 años y Norma Janeth 10. Vivían junto a otros dos hermanos y de un puesto del mercado que administraba su tío Cándido.
La mamá de ambas había muerto meses antes. Como muchas chicas en Guatemala cuyas mamás migran o mueren, Aida Amalia debió tomar el rol impuesto de hacerse cargo de la comida en casa.
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Un día una amiga de la familia llegó por Aida Amalia para que fuera a trabajar a la capital. Todo con la promesa de ganar dinero. Entonces Aida Amalia cruzó la puerta para no volver.
Al menos no por tres décadas.
Sin embargo mientras en ese tiempo una creció, se mudó a Playa El Semillero para trabajar en restaurantes y hacerse de una familia con una modesta casa de playa, Aida Amalia vivió trata de personas, explotación laboral y el alegre final de encontrar un buen esposo, una buena hija y un nieto amante de los videojuegos.
Partir de Guatemala para olvidar el dolor
Fue en la capital de Guatemala que Amalia amó por primera vez. A un hombre llamado Schubert, hijo de doña Lupita, una mujer que era la dueña del restaurant a la que ella se metió a trabajar.
“A mi ella me explotaba mucho. No me pagaba un sueldo. Siempre me hacía creer que le hacía falta dinero en la caja, que siempre le faltaba mercancía. Era su hijo el único el que me defendía, el único que me enseñó a defenderme. Ella nunca me pagó un sueldo, sólo me invitaban comida, hamburguesas, lo que ‘yo quisiera’. Yo caí en cuenta de que me explotaba mucho después” cuenta doña Aida Amalia en una cafetería de la ciudad de Córdoba.
El nombre del restaurant al que llegó a trabajar era el mismo que el de su enamorado: Schubert. Igual que el del compositor. Ellos tuvieron un hijo. Pero un día doña Lupita metió a la cárcel a su propio hijo para separarlos.
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“Le dijo a su hijo que tomara su auto. Y luego le llamó a la policía. A ellos le dijo que le habían robado su auto y que en caso de que fuera algún familiar, que lo detuvieran también” recuerda doña Aída Amalia.
Así fue. A Schubert lo metieron a la cárcel y Aída Amalia se quedó a cargo de la señora. La mantuvieron trabajando sin sueldo en el restaurant. La señora tenía tanta injerencia en la ciudad que a Schubert solía sacarlo de la cárcel sólo para épocas especiales como la navidad.
“Me pusieron un cuatro. Y yo también caí a la cárcel. Entonces se quedaron a cargo de mi hijo. Cuando regresé me dijeron que había muerto. Pero una señora me dijo que me lo habían robado…” recuerda un poco afligida, Aida.
Aida Amalia fue a visitar a Schubert a la cárcel del Pavón donde estaba encerrado. Le dijo lo que había pasado con el hijo de ambos. Entonces él se comprometió a fugarse para ayudarla a encontrarlo.
Pero antes de que eso pasara hubo un motín y a Schubert lo mataron los centinelas desde el techo del penal. Con esos disparos, los centinelas no sabían que lo mataron todo dentro de Aida Amalia también.
EL viaje a México
Aida Amalia dice que migró por el dolor. Para olvidar cómo se sentía la muerte de la única persona de quien encontró cobijo. Así fue como se aventuró para cruzar el río Suchiate en una balsa y llegar a ciudad Hidalgo.
Le pidió ayuda a un coyote que no sabía que era un coyote. Pues cuando llegaron a ciudad Hidalgo, Chiapas, el tipo que se portó amable para guiarla la llevó a una casa de citas.
“Aquí está la mercancía dijo antes de que él se fuera. Yo iba con una amiga. Ambas caímos en cuenta de lo que estaba pasando mucho después. Por eso cuando la señora de la casa quería comprar azúcar, yo me ofrecí y así me escapé” relata doña Aida Amalia.
Aida Amalia siguió la ruta migratoria. Por momentos le venía a la mente el sueño de hacer mucho dinero en México para regresar a Guatemala y comprar el restaurant Schubert. Motivado por ello, siguió el camino. En aquellos tiempos no era tan peligrosa. Sin embargo para una mujer que además no tenía un coyote, ella jamás hubiera podido llegar a la frontera.
“Nunca fue mi intención llegar a los Estados Unidos. Yo en Guatemala conocí mexicanos y por eso quise irme para México. De Ciudad Hidalgo llegué a Coatzacoalcos y luego a Orizaba. Yo ahí todavía mantuve contacto con mi hermano. Pero un día viajé a Cuernavaca y en un malentendido creyeron que yo morí y dejaron de llegar las cartas” dice Aida Amalia.
Ella había conocido a un hombre en Orizaba. Con él vivió y de él se fue. Cuando llegó a Cuernavaca tenía tres meses de embarazo: a ella no la pudo asentar con su apellido una vez que nació; no tenía papeles.
Siempre se esperan los finales felices pero siempre sucede que la vida real es diferente. Sin embargo, para Aída Amalia las cosas, al final, le resultaron favorables. La suerte le cambió y su vida comenzó a prosperar. Crío a su hija, conoció al hombre que hoy está a su lado, con el que vive en Puebla desde hace varios años y con el que es muy feliz.
Luego tuvo un nieto a quien observa cariñosamente cuando juega videojuegos.
Norma Janeth se entera de que su hermana está viva
Durante todo el camino Norma Janeth, la hermana pequeña, estuvo muy nerviosa. No podía creer que ella sería el reencuentro número 266 de la Caravana de Madres con hijos migrantes desaparecidos.
Estaba tan nerviosa que se rasgó el esmalte que traía impregnado en las uñas. No es para menos. Cuando se enteró aquel 26 de septiembre, en su casa de Playa El Semillero de que su hermana estaba viva se alegró bastante.
“No sabe lo mucho que me ha hecho falta mi hermana todo este tiempo” dijo después de ver el vídeo Norma Janeth a Rubén Figueroa, el responsable de que este reencuentro se diera.
“Espero que todos ustedes estén con vida y estén bien. Espero que me responden, es para mi familia de Tiquistate, departamento de Escuintla…mi nombre es Aida Amalia Rodríguez Ordoñez…soy de Guatemala, Centroamérica, mi hermano es Álvaro Rubén, mis hermanas Olga Mariana y María Luisa…no he sufrido, nunca me ha faltado nada…sólo el cariño de todos ustedes” escuchó junto a su hija.
Ambas caras de madre e hija estaban atónitas por lo que estaban viendo. En Guatemala había pasado ya una guerrilla, una guerra civil y tratados de libre comercio que no sólo habían hundido a Tiquisate en la pobreza sino que refrendaron el poderío de las bananeras que rodean al poblado.
Cincuenta y cuatro días después de ese video y de que ambas se pusieran ansiosas, y sobre todo, de preguntarse cómo sería una y la otra, se reencontraron al fin donde se dieron un gran abrazo prolongado.