• Sociedad

María y las drogas

  • Juan Eduardo Flores Mateos
"La mujer perdona, el hombre no. Y a mí David me rompió la autoestima".

En esta historia ocurrida a partir de los años sesentas una mujer pierde la autoestima, la familia, sus hijos. Pero sólo por un momento, un instante. ¿O quizás no? Esta misma mujer pide que se le cambie el nombre por lo que contará.

Le pondremos María, hija de un padre alcohólico y de una madre trabajadora que limpia en las casas más acaudaladas de la ciudad de Lerdo, donde nació. A su mamá no la ve, a su papá no se lo dejan ver, por eso se cría con sus abuelos.

- La vida con mis abuelos fue un infierno, fue en abundancia económica, fui niña “popis”, pero ellos eran horribles porque estaban chapados a la antigua. Me metieron a un montón de internados, me críe con monjas también, y a mi mamá la veía muy poco, se la pasaba trabajando.

Cuando María tuvo doce años conoció a David, un hijo adoptivo de su tía Martha. Se hizo muy buen amigo de él. Se convirtieron en cómplices de todo, hasta que su abuela sospechó que algo traían y optó por separarlos.

-A los 14 me vuelven a mandar a un internado, y a él quién sabe dónde lo mandaron. Pero nos aferramos a estar juntos, luego no sé qué pasó, nos enamoramos, no sé si por capricho o por costumbre. Cuando cumplí diecisiete años me escapé con él.

María cuenta que a partir de ahí comienza una persecución “peliculezca” por los poblados contiguos, durante dos meses seguidos, hasta que ella cumplió 18. Su abuelo puso una recompensa de cinco mil pesos para quien los hallara, pues quería meterlo a la cárcel.

-Me tuve que ir de pueblo en pueblo, Acayucan, Pajaritos, huyendo, él con la misma ropa y yo con el uniforme íbamos de un lado a otro para que no nos alcanzaran, incluso una vez estábamos en un hotel cuando él salió por agua y escuchó que venían por nosotros. Regresó a la habitación y nos escapamos otra vez, hasta dejé los zapatos.

Las circunstancias los llevaron a Veracruz, ella ya estaba embarazada de su primera hija. Sus abuelos se cansaron y optaron por darle la libertad que todo mayor amerita. David se metió a la marina por un tiempo y ella se dedicó a ser de hogar.

-Rentamos un cuarto apoyados por una tía. Luego David quiso estudiar Contaduría, y yo lo apoyé, mi familia también lo apoyó, se la pagué.

De ahí María tuvo a su segundo hijo, Paco, tres años después. Y comenzaron los cambios porque David la dejaba con ellos hasta cinco días, porque se perdía en los bares.

Incluso él no estuvo en el nacimiento de su hijo Paco.

El primer infierno

El primer infierno, según María, es perder la autoestima. David la engañó, se volvió alcohólico y la engañó no sólo una, sino varias veces.

-La mujer perdona, el hombre no. Y a mí David me rompió la autoestima, yo siempre fui muy bonita, ¿cómo a la reina del Carnaval de Lerdo la iban a engañar? Cuando yo lo engañé con un vecino por despecho, él no me perdonó.

Cansada de ese mundo de drogas, alcohol y perdición en la cual David se había inmerso y de las peleas continuas con él, decide irse de la casa, a la de su mamá que ya vivía en la ciudad.

La venta de droga

La familia de María comenzó a vender droga. Y ella por consiguiente también. María explica que en Veracruz la venta era realizada por familias que se respetaban entre ellas, no había zonas de control ni luchas por la plaza.

-No existían los descuartizados y esas cosas feas, la venta la hacían familias de bien y la droga no estaba tan demonizada como ahora.

María conoció a un capo de la droga en Oaxaca, a donde iba por la mercancía que se la llevaba en maletas en un carro, que la esperaba en hoteles caros como el Holliday Inn.

-Ahí conocí a todos los narcos de aquí. Héctor Valdéz, el de Los Tacos. A los Veytia, a los de Farmacias Las Torres, a los Llinas. A gente de Oaxaca. Conocí a uno que le decían el “Chichihua” que transportaba la droga en cargamentos de pescados y mariscos.

María se enamoró de un traficante muy poderoso, él también. La mandó a Chicago varias veces a guardar dinero, pero por malas amistades y por envidia, dice, lo perdió todo.

-Le quité la lana, y otro me lo quitó a mí. Tuve malas amistades que me echaron de cabeza y me separé de él. Me fui a Mazatlán y regresé sin dinero. Tuve muchas vidas.

Un día María salió de viaje al norte con su hijo Paco y una amiga de su madre, doctora de profesión. Ella no iba en pos de vender, sino de ayudar a la doctora para su declaración anual de impuestos, la forma trece en Matamoros.

-Esta vieja traía pastillas psicotrópicas y yo no sabía. Yo tenía un novio en Matamoros que me hacía el paro con la Forma 13. Ella me mandó por la maleta, vieja viva, y me cayeron los Federales. Como yo era hija de mi mamá, quien era muy conocida por lo que hacía, me relacionaron y fue que fui a dar a la cárcel.

La cárcel de Matamoros

-La cárcel es el verdadero infierno. En la cárcel es donde más dinero, más droga se mueve, donde más hay corrupción. Los Federales que me detuvieron me dejaron en cautiverio diecisiete días porque querían dinero, eso es ilegal, porque a nadie pueden tener más de 72 horas. Además me decían que si no aflojaba la lana iban a matar a mi hijo.

Como María no pagó porque su mamá no pudo reunir el dinero, entró a la cárcel donde la violaron. Después las reas comenzaron a pegarle por bonita.

-Me pegaban porque yo era muy bonita y no querían que los que controlaban la cárcel me invitaran a ser su novia. Tuve que hacerme novia de uno del más alto mando de ahí para que me dejaran en paz.

En la cárcel hubieron dos atentados a los que María vivió resguardada en la dirección del penal por órdenes del capo, que controlaba la cárcel.

-Eran cosas muy feas, la mayoría de las muchachas que estaban ahí, las habían embarcado por dos mil, tres mil pesos. Eran burreras que entraban ahí por engaño.

María salió tres años y medio después, por un abogado que apeló al debido proceso, le fueron exonerados los cargos, y así fue que regresó a Veracruz.

El regreso a Veracruz

Al principio de esta crónica se habló de dos infiernos, pero en realidad son tres. María conoció en éste último las cloacas más estrepitosas y ruines de la ciudad de Veracruz.

-Conocí los lugares más feos de La Huaca, del Mercado, de la 21 de Abril, todo por mi adicción a la piedra.

Primero fue marihuana, luego cocaína, luego la piedra. María cuenta que llegó un momento en que en su bolsa traía su lata de piedra y su botella de cerveza.

-Fue aquí donde mi hija Viviana, alertada, me quiso meter a Cúspides. Ya me habían metido a un montón de anexos y yo ya había recaído varias veces.

En su regreso a Veracruz siguió vendiendo, pero esta vez comenzó con el consumo de su propia mercancía. Su adicción sobrepasaba los límites de su moral que comenzó a mentir y robar para poderse comprar droga.

En cuanto al alcohol, recuerda, era de las que cuando se regaba éste de la botella a la mesa, se aventaba sobre su lomo para bebérselo de ahí, o agarraba el mantel y se lo empinaba a la boca, o se abalanzaba al piso si se regaba ahí.

-Mi hija me dijo ¿O te metes a Cúspides o me voy de tu vida? Y yo dije, bueno, me voy a meter un rato para que se calmen y ya luego sigo en mis loqueras, pero nunca creí que el programa fuera tan bueno, que me entregara al programa completamente.

María estuvo mes y medio y a seis años de tomar el programa, no ha recaído, a pesar de que la mayoría de los 60 que estuvieron en él, ya lo hicieron.

-Todo es cuestión de voluntad, sí se puede lograr. No te miento, me da ansiedad pero tomo un medicamento especial para eso, y la iglesia es lo que me da mucha paz.

María reflexiona que su juventud no es la misma que la de ahora. Piensa que no hay oportunidades siquiera para los profesionistas, quienes estudian 20 años para ganar un salario mísero.

-Acabo de ir a Carnaval y me dio mucha tristeza ver cómo está nuestra juventud. No es porque yo sea una santa o algo por el estilo, pero sí duele ver a chavitas perdidísimas en eso.

María dice que el paso por las drogas y la cárcel la llenó de mucho resentimiento y que no fue hasta Cúspides que se sintió cobijada por el aparato gubernamental.

-Cuando yo entré a Cúspides me cobraron 6 mil 500 pesos. La última vez que fui supe que cobran como dieciocho. Ahí, en su mayoría, van tamseros, trabajadores de Comisión, empresarios, gente de alta calaña, muy pocos son de barrio porque el programa es algo caro, ellos van a anexos donde les maltratan, les pegan.

Otra de las cosas que dice María es que el consumo es mantenido por la gente con dinero, gente rica que compra la cocaína en altas cantidades. Que la gente en los barrios compra casi puro residuo porque no tiene dinero.

Es el año 2014 en el centro de la ciudad. Esta historia la vivió –y la vive- una mujer en una sociedad machista, sociedad simulacro en materia de igualdad de género, una sociedad patriarcal donde el cuerpo de las mujeres son botín de guerra.

Pero esta historia la cuenta, ahora, una mujer con autoestima, con familia, con hijos.