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El señor calcetas de mostaza y corazón de oro

  • Juan Eduardo Flores Mateos
"Yo era Javier Solís y cantaba, pero me chingué la garganta..."

Acurrucado en el regazo de las escaleras del ex convento betlemita, que funge ahora como el Instituto Veracruzano de la Cultura, vive desde hace más de un mes un octogenario con calcetas de mostaza y corazón de oro que se llama Julio Carvajal Fuentes.

No deja oportunidad para enseñar ese músculo bombea sangre al que desde tiempos inmemoriales le hacemos analogía para reflejar la bondad y el amor, porque a pesar de sólo tener dos panes de agua, te invita uno de ellos como si fueras su conocido de años.

“Come, come, anda yo te invito. ¿No quieres? Está bien, mira, ésta que ves aquí es mi casa y es donde trabajo. Yo antes vivía en el fraccionamiento Reforma, cerca del panteón y era judicial pero ahora estoy trabajando aquí”.

Don Julio dice que le han llamado de una empresa de aceites y jabones ‘Palmolive’, en el que le acaban de ofrecer un trabajo. Por eso está reflexivo e inmerso dentro de sí.

“Pero yo no puedo ir, no puedo, es que ahí hay que cargar mucho y mira, yo así no puedo cargar porque estoy malito, por eso es que yo estaba hablando solo”.

El DIF se acercó una vez para llevárselo pero no lo hicieron porque dice que les tiene miedo. Desde entonces nadie lo ha vuelto a molestar.

“Ellos no pudieron conmigo, pero me dan un poco de miedo. ¿Pero cómo es que se van a llevar al jefe de la judicial, al mero mero de Hacienda federal? Hasta ahora sólo me vino a molestar uno de ellos y ahora tú, jajaja, así te hablo yo”.

Entre un arsenal de bolsas para ropa, botes para yogur, sarapes que parecieron haber sido doblados por una mamá amorosa, periódicos viejos unos sobre otros más recortes de periódicos envueltos en una bolsa de plástico, duerme este señor.

“Pues me va más o menos, desde que llegué aquí el pueblo ha sido muy generoso, me dan de comer y me comparten lo que tienen, por eso te digo, mijo, si tú tienes la oportunidad de ser secretario o de tener dinero, dale trabajo a la gente”.

Tan sólo en la hora en que charlas con él, una señora le regaló unos cuatro tacos de carnitas y un señor pasó y le dejó un emparedado de jamón.

“Ya tengo comida pa’l rato”, dice. Y luego se ríe.

Leyes que no se cumplen

Don Julio forma parte de las decenas de personas en situación de calle que existen en el puerto que pasarán el año nuevo mirando las paredes silenciosas de un edificio y acompañados nada más que por su propia sombra.

Y además es una de las más de cien mil personas que pasan los sesenta años en el país y forman parte de la población adulta mayor.

En el estado de Veracruz existe una Normatividad de Atención Integral para el Adulto Mayor que es evidente que personas como don Julio, no conocen. Esta consta de dos leyes, y cuatro propuestas.

Las dos leyes son: La Ley Nacional de los Derechos de las Personas Adultas Mayores y la Ley sobre el Sistema Estatal de Asistencia Social para el Estado de Veracruz.

En la primera, se lee tan sólo en su presentación: El Estado mexicano –con sus tres niveles de gobierno- tiene la obligación legal de atender a las Personas Adultas Mayores de Veracruz con eficacia, eficiencia y prontitud, no solo como un asunto de responsabilidad económica y social, sino como asunto de ética y moral para retribuir a la sociedad lo que los adultos han aportado para su desarrollo.

Dicha ley también habla de que se deben fomentar las políticas públicas que favorezcan a los adultos mayores. Otras palabras que suenan bonitas en discurso y no se miran en casos como don Julio son: Asistencia social, atención integral y bienestar social por sólo mencionar algunas.

En la segunda ley, en el artículo cuarto, párrafo seis en número romano “ancianos en desamparo, incapacitados, marginados o sujetos a maltrato” están obligados a recibir la asistencia social para “modificar y mejorar las circunstancias de carácter social que impidan al individuo su desarrollo integral”.

Los mil y un trabajos de Julio

Don Julio viste unas calcetas mostaza que le fueron regalados por “quién sabe quién”, un pantalón grisáceo manchado, una playera a la que encima le rodea una sudadera negra. Es apiñonado, tiene el pelo y un espíritu de barba de color blanco, ojos rasgados y unas orejas puntiagudas que le hacen parecer un ‘hobbit’ tierno.

“Yo trabajé de sepulturero a los seis años en el panteón Genera, luego me mudé por cuenta propia al panteón Jardín, y luego fui chofer en el Parque Zamora, trabajé en teléfonos y hace poco en la aduana.”

Con el pecho ensanchado por todo lo que dice agrega:

“Yo fui jefe de la judicial, luego fui el jefe en Hacienda Federal, también fui jefe de la marina, de la Secretaría de la Defensa Nacional, de la Secretaría de Educación Pública, pero ahora me cambiaré a Palacio de Gobierno.”

También don Julio dice haberle hecho al trabajo de imprenta, televisión y radio.

“Yo trabajé en la XELL, pero los del Grupo Pazos la echaron a perder. Ahí yo era Mauricio Rosales, El Rengo porque cojeo, conductor del programa Caminos de México. También he trabajado de camarógrafo y he estado en las imprentas de Notiver, Novedades, El Dictamen y todos los que te puedas imaginar”.

Los consejos de Don Julio

Don Julio se emociona y a veces se enoja al recordar sus trabajos, por ahora su chamba es cuidar el IVEC donde ha sido su casa por un mes y de la que se va a mudar el 10 de enero.

“Yo ahora no tengo chamba, yo te aconsejo que tengas siempre el papel de la escuela. Imagina que sólo tengas hasta tercero de primaria, ¿qué vas a ser? Por lo menos tienes que ser albañil, pintor, fontanero, para poder mantener una familia”.

Cuando le preguntas si le gusta la vida, él responde que sí, que si no le gustará, ¿qué sería de él?

“¿Qué sería de mí si no me gustara? Lo que tienes que hacer es estudiar, estudiar religión, botánica, matemáticas, amar el cuerpo que tienes, no como yo que soy un borracho, bebo caña desde los diez años, ahorita porque estoy aquí pero si no estaría chupando”.

Don Julio dice que le gusta cantar. Que canta rancheras, boleros, vals y huapangos.

“Mi nombre antes de ser Julio era Javier Solís. Yo era Javier Solís y cantaba, pero me chingué la garganta por eso ahora no te puedo cantar ninguna”.

Navidad y año nuevo, solo, porque no son sus fiestas

“Yo soy como el perrito porque así vivo. Me dan de comer, me duermo donde puedo, ando de un lado para otro, esa es mi vida” dice Julio sonriente. Ha doblado sus pies hacia dentro para mitigar el frío.

“En Navidad me la pasé así como lo ves, solo. Y no celebre nada porque no son mis fiestas, son fiestas que no me pertenecen. ¿El año nuevo? Igual que todos los días, me la voy a pasar durmiendo”.

“¿Y los cohetes no le molestan?”, se le pregunta. “uh, no mijo, los cohetes me gustan, yo compraba palomitas, balas, busca pies y los regalaba a los niños y a las familias para hacerlas felices. Eso es lo que tienes que hacer tú, buscar el bien propio y de los que te rodean, así te hablo yo”.

Cuando se le cuestiona a Don Julio sobre su familia dice que tiene varias hijas a las que nunca les puso nombre porque no tenía papeles ni trabajo.

“Yo lo único que sé de ellas es que trabajan en la Aduana, y no, ellas no tienen nombre, no les pusimos porque no teníamos papeles”.

Han pasado varios minutos y don Julio quiere compartir los tacos que tiene.

“Anda come, come. Yo ya no tengo hambre” dice cuando personas bien vestidas pasan frente a él como buscando un bautizo importante. Cuando los mira, de pronto guarda sus tacos en papel aluminio y los acurruca junto a sus pies. En eso empieza a mencionar varias ciudades.

“Washington, París, California, son ciudades que he escuchado en la radio y que no he visitado pero que seguro voy a visitar, ¿qué cuándo?, pues cuando me muera jajaja, así te hablo yo”.

Don Julio de pronto jala una taza roja con una figura obesa. Es un rostro con lentes del Gobernador actual de Veracruz. Frente a él, en la escuela Bachilleres, hay una leyenda en grafitti que dice: PRI y narco son la misma mierda.

“Esta taza me la dio un señor bien vestido, pero no sé quién era. Al igual que esa bolsa roja que ves ahí, vino y me las dejó y pues las tomé, como te digo, vivo gracias a lo que me da la gente, el pueblo”

Este día 31 de diciembre cuando don Julio se calla por un momento pasa por la calle Arista una rauda camioneta en sentido contrario de la Secretaría de Seguridad Pública con el número 1882 con policías navales. Don Julio se les queda viendo detenidamente.

Cuando han pasado, don Julio exclama de manera nerviosa antes de intentar recostarse un poco:

No me hace falta nada más que unas pastillas que tomo para la debilidad. Creo que se llaman aspirinas, no lo sé, pero acuérdate de mí, yo soy el mero mero de Hacienda Federal, yo soy el que mando aquí.