De nuevo las mujeres…

  • Insurgencia magisterial

Marco Aurelio Martínez Sánchez* /

Las mujeres se han constituido en artífices de los movimientos sociales en el mundo; en nuestro país, desde un bajo perfil, han desempeñado un papel trascendente, siendo en los últimos años sostén y símbolo de la protesta social y la resistencia civil. Veamos algunos ejemplos.

Cansadas de injusticias, de salarios miserables, de trato inhumano, de oprobiosos actos de vasallaje en pleno siglo XX en contra de la población civil, maestras normalistas de Ayotzinapa, se unieron al Partido de los Pobres de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez para internarse en la clandestinidad con los dirigentes guerrilleros y luchar por una transformación radical en la vida de hombres y mujeres de la sierra guerrerense.

Ellas también caminaron incansablemente, se ejercitaron con rudeza, cavaron trincheras, construyeron barricadas, comieron hierbas y plantas silvestres, fueron atacadas por insectos venenosos y combatieron con fusil en mano a latifundistas explotadores, responsables de la miseria de cientos de familias de la región. Así vivieron y murieron Marina Ávila e Isadora López, ofrendando su vida a la causa de los sin nombre; de ellas poco se ha escrito.

Ciertas crónicas del movimiento estudiantil de 1968, expresan y  asignan mayor reconocimiento y jerarquía a los hombres que han narrado puntualmente los hechos ocurridos el 2 de octubre del citado año. Han retratado la imagen de la violenta insurrección callejera y la tenebrosa experiencia en las crujías de Lecumberri. Un segmento de la historiografía de izquierda ha impuesto nombres, apellidos y hasta caudillos del movimiento inspirado parcialmente en El mayo francés; restando relevancia a la participación de mujeres durante este sangriento capítulo que ha marcado de luto la historia reciente de nuestro país.

Por lo regular se acude a los  varones para identificar a los máximos exponentes de la revuelta sesentayochera.  Con ellos todo, de ellas poco se ha dicho; la memoria mutilada le ha restado presencia a Roberta La Tita Avendaño y Ana Ignacia La Nacha Rodríguez, integrantes del Consejo Nacional de Huelga, quienes se metieron hasta el fondo del movimiento, y ejecutaron acciones del mismo calibre que sus compañeros de lucha: analizaron escenarios,  brigadearon en las calles, olieron de cerca el tufo a pólvora, sintieron el rigor de la represión, levantaron la voz en la plaza pública, sellaron su vocación social en la soledad de una celda.

Mas adelante, el movimiento zapatista se multiplicó con la dignidad rebelde de "Las Adelitas", quienes se fueron a seguir a sus hombres en lucha y juntos asaltaron sorpresivamente la presidencia municipal de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, la noche del 31 de diciembre de 1993, para dar paso a uno de los movimientos insurgentes más significativos y esperanzadores del siglo XX en el contexto mundial. Los rostros cubiertos de Marcos, Tacho y Ramona, pronto dieron la vuelta al mundo y miles de luchadores sociales se miraron en el espejo del zapatismo; había surgido el escaparate para dar rienda suelta a las aspiraciones legítimas en busca de un mundo más justo y menos desigual.

Mujeres y niñas zapatistas de ojos penetrantes y pies descalzos serían ícono de sublevación y valentía en distintas partes del orbe. De aquí emergieron muchas mujeres que decidieron abandonar todo, para sumergirse en la profundidad de la guerrilla. Algunas se quedaron en el camino, otras más continuaron su ruta en busca de ese México que nacía abajo y a la izquierda.

En los últimos años el movimiento político democratizador surgido de la sociedad civil, se ha visto  fortalecido con la participación decidida de infinidad de féminas que no están dispuestas a ceder ni un ápice en sus aspiraciones por cambiar el destino de este país que se hunde en el fango de su realidad.

Estos importantes logros obtenidos por organizaciones y colectivos ciudadanos, no podrían asumirse del todo sin la denuncia directa y el reclamo desgarrador de Rosario Ibarra, sin la palabra certera de Carmen Aristegui, sin la pluma detonante de Lydia Cacho, sin el valor y la ética periodística de Regina Martínez, sin el arte provocador y la crítica mordaz de Jesusa Rodríguez, Liliana Felipe, y Regina Orozco, sin la generosidad altruista y solidaria de “Las Patronas”, y de otras miles que trabajan incesantemente desde diversos escenarios pero con la misma pasión e intensidad.

Hoy en día, el movimiento magisterial particularmente en Veracruz, lo han sostenido las mujeres, a pesar de que varones se han colgado la presea de dirigentes. Sin embargo han sido ellas quienes desde el anonimato han fortalecido vigorosamente la insurrección docente: organizan, crean, marchan, gritan, imparten clases, son madres de familia, compañeras, amas de casa, administradoras, proveedoras, promotoras de lucha, en fin.

Las féminas luchan por causas justas, por reclamos sentidos, por ideales genuinos, por románticos sueños de esperanza. Su consigna, su rostro, su coraje retumba en la plaza pública, el mismo lugar en donde se mancilló su cuerpo con toletes y gases; su dignidad dolida está de pie, su frente elevada se mantiene firme, estoica; las ha ofendido en el alma el doloso engaño de la clase política y gremial, tal vez perdonan pero no olvidan; no se han retirado de la arena pública ni lo harán, su voluntad es más fuerte que su cansancio. Su persistencia es fortaleza, su pundonor es esencia.

Este proceso de lucha magisterial ha colocado a cada quien en su justa dimensión: los radicales, los tibios, los oficialistas, los oportunistas, los moderados, los pesimistas, los protagonistas, los gandallas. Nadie predijo el nuevo tipo de maestra que se estaba gestando: la de espíritu inquebrantable, que defiende lo que le corresponde incluso con su vida.

Cuenta un pasaje histórico, que después de una ardua batalla en contra del ejército otomano, un oficial de su escudería, ofrecía alabanzas y frases apologéticas, elogiando la valentía de Napoleón Bonaparte; al inquirirle como enfrentaría estratégicamente la próxima contienda contra del poderoso ejército, este respondió  -No lo sé -, sólo sé que las batallas contra las mujeres son la únicas que se ganan huyendo.

* El autor es Docente de la Benemérita Escuela Normal Veracruzana. Xalapa, Veracruz. México.

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