De manadas y precipicios

  • Jafet R. Cortés

Entre los muertos apilados por la violencia, enfermedades y el hambre; entre los sociópatas que constantemente  intercambian el futuro de todos por más dinero y más poder; y entre el otro sinfín de rostros que adquiere aquella hidra que está devorando al mundo, se muestra ante nosotros la vida personal de individuos que consideramos “famosos”, como un medio para olvidarnos de todo, siquiera por un miserable momento.

El tema de conversación se vuelve espeso, se unifica a sí mismo en el espacio público. Todo gira alrededor de la tendencia, que nos obliga a seguir hablando de lo mismo; la vida de aquellas personas “famosas” se convierte en un relato colectivo; la exigencia popular nos empuja a validar una postura y hacerla nuestra. Al elegir un lado, caemos en el juego que propuso la tendencia.

A los “famosos” les encanta jugar estos juegos con la gente, y capitalizarlos; les fascina fingir peleas; explotar sus crisis emocionales o crear unas nuevas; vivir su duelo a la luz de todos y sacar provecho; simular relaciones sentimentales, casarse. Son capaces de humillarse, de pisotear su dignidad con tal de llamar la atención de la manada y usarles para volver al escenario público otra vez.

A la manada no le debería de importar la vida de gente que no conoce, que en realidad no le aporta nada, pero le importa. La verdad no la compra nadie a comparación del morbo popular, porque entre tanta información que tenemos  a la mano solo el escándalo, la burla y la ofensa toman peso por sí solos.

Así, la manada compra los temas que les ofreció el mercado de tendencias, replicando las posturas, opiniones y comentarios de cartón, que, en muchas ocasiones, no tienen un sustento serio.

Compran todo esto, y vuelven suyos hasta los conflictos, incorporándose tan fácilmente a la lucha, sin darse cuenta de que ya tienen un rol predefinido para pelear con quien sea necesario; para defender  o atacar a alguien que no conocen, sobre temas que ni siquiera tienen la certeza que pasaron como les dijeron los medios y redes sociales que sucedieron.

Otra variante de este movimiento de seguir tendencias en manada, ocurre cuando se valida la opinión de alguien “famoso”, aunque esta opinión o comentario, por muchas razones, no tenga sentido, ya sea por falta de lógica, carencia total de argumentos, o que sea sencillamente una estupidez.

La validación llega a través de la gente que les sigue o les empieza a seguir, que justifica sus acciones, opiniones o conductas, por el simple hecho de que el “famoso” en cuestión tenga poder, dinero o que otras personas más les sigan.

Muchas veces esta validación que se les da es por una aspiración personal, a ser como ellos, a tener lo que ellos poseen; compartir tendencias no porque nos identifiquemos, sino buscando la aceptación, pertenecer a  algo.

Los estúpidos no van a dejar de serlo, por más “famosos” que sean, por más poder que tengan, por más dinero que generen, por más gente que les respalde; tengan el nombre y apellido que tengan, serán estúpidos confirmados a través de sus acciones, opiniones y conductas carentes de sentido; y la manada que les siga –sin darse cuenta- estará siendo conducida directamente al precipicio.

La manada debe cuestionar lo que debe de ser cuestionado; debe romper con esa aura de papel que tienen aquellas personas que consideramos como “famosos”; debe ser en extremo exigente con ellos, por la posición que ocupan y la responsabilidad que deben de tener con la sociedad; la manada debe leer entre líneas qué es lo que dicen, sin importar realmente quién lo dijo; pero definitivamente, debe ser irreductible y poco tolerante ante la estupidez.

 

 

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