Ansiedad y la zona de fantasía

  • Jafet R. Cortés

La embarcación tenía ya algunas semanas naufragando. Entre los recursos escasos, el sol extenuante en el día y el frío penetrante por las noches, la realidad sofocaba cada vez más la esperanza de llegar a tierra.

La incertidumbre no es buena compañía, menos en momentos de crisis como estos. Cada momento que pasaba la tripulación en aquel barco, perdía más la cordura, era devorada no sólo por la falta de recursos y el malestar corporal, sino por las ideas que se convertían en la peor de las torturas, que desde el imaginario recreaban nuestros más profundos y punzantes miedos.

Sin lugar a dudas, el miedo nos transforma, y todo parte del mismo punto, la incertidumbre. Andando a ciegas podemos imaginar lo peor, y lo hacemos; le damos vida a nuestros peores, más profundos y punzantes miedos, que nos sofocan con escenarios catastróficos, tengan o no posibilidad de suceder.

Puedo apostar que todos -sin excepción-, nos hemos sumergido en la zona de fantasía, por lo menos una vez en nuestras vidas. Lo anterior, a menudo ocurre cuando esperamos una respuesta que no llegará de forma inmediata -cada minuto que pasa se vuelve pesado-, y la ansiedad de no saber con certeza qué pasará, trae como consecuencia que nuestra mente componga las piezas faltantes del rompecabezas, dominando el miedo y los escenarios fatídicos como un medio para protegernos del mañana.

“Tenemos que hablar”. Cuántas emociones despierta esta frase que, en sí, representa más de una agonía y tres sobresaltos en el pensamiento. Multiplica exponencialmente la ansiedad; sabemos de cierta forma que ha llegado el final, pero nuestra mente –una vez más- construye ese final desde las más terribles e insoportables formas.

Espero que nadie haya vivido lo terrible que es sobrevivir a la noche, después de una sacudida que dejó todas las emociones repartidas de manera aleatoria por el piso. Eso sí que nos hace caer de forma abrupta en la zona de fantasía, una de las más terribles formas de morir de a poco, entre pensamientos que nos acuchillan por la espalda, que nos disparan sin aviso, y nos sumergen desde la noche fría y el agudo silencio.

En aquel terreno de fantasía, pesa la certeza de que todo puede suceder, por más ridículo que parezca desde el punto de vista racional; aunque no tengamos elementos para sustentarlo, lo pensamos, y al pensarlo le damos vida.

 

Somos expertos en imaginar lo peor, en suponer de más.

Entre los escenarios favoritos que tenemos, están los más sanguinarios, los más lamentables; donde el corazón tienda a doler y romperse; pero no sólo eso imaginamos en la zona de fantasía, también se encuentra la otra cara de la moneda, cuando todos los elementos apuntan al desastre, pero nuestra mente nos arroja otros datos, relacionados con lo que deseamos que pase. Ninguna de estas caras se sustenta en la realidad, sino en nuestros miedos e ilusiones.

De alguna manera jugamos a ser brujos; tratamos de predecir el futuro; buscamos ser aquel oráculo de Delfos, conocer a detalle cada elemento que compone el futuro, y cuando encontramos uno –deseable o no- lo abrazamos, aunque sea de humo.

Situándonos en el terreno de los números, podríamos establecer que todos los escenarios que pasen por nuestra cabeza son posibles, por muy irreales que parezcan; pocos son probables, dependiendo de los elementos de la realidad que les acompañen; y sólo uno llega a ser cierto, al convertirse en un hecho consumado. Así, la diferencia se vuelve abismal, entre lo que pensemos que va a pasar, lo que pueda llegar a pasar y lo que al final pasa.

Las reglas se rompen cuando hablamos desde la zona de fantasía, los valores cambian abruptamente. Lo poco probable –carente de elementos que le respalden- vuela libre en la inmensidad de nuestra mente, se multiplica; aturdiéndonos, hablándonos al oído, atacándonos donde más nos duele, sometiendo nuestro mejor juicio -con fuerza-, disminuyéndonos.

Todo deviene de la gestión de emociones. Darnos cuenta cuando estemos en la zona de fantasía; aprender a distinguir si el escenario que creamos tiene fundamento en algo real, o solamente estamos imaginando de más.

Aun así, nada está escrito, y debemos soltarnos de esa idea errónea de que tenemos el control de todo. Al final, por más elementos que tengamos para indicar que algo sucederá, siempre queda un resquicio –por más pequeño que parezca-, donde se asoma algo completamente contrario a lo que teníamos en mente.