De caníbales y el miedo a la soledad

  • Jafet R. Cortés

Frente a nuestros ojos ha permanecido postrada aquella trampa mortal que encadena nuestras aspiraciones amorosas al deseo incansable de encontrar nuestra “media naranja”.

Hemos sido tan buenos aprendices al concebir como mantra de vida la búsqueda del amor de esa forma, y tan malos aprendiendo que en realidad no necesitamos esa absurda aprobación social, sino encontrar primero el amor, el amor propio.

Las expectativas sociales son implacables, y ese terreno fangoso que forman nos va sumiéndonos cada vez más en la desesperación por alcanzar sus exigencias, mismas que nos consumen hasta las entrañas, volviéndonos -de cierta forma- caníbales.

El canibalismo del que hablo nace de esa necesidad por encontrar a aquella persona que nos “complemente”, ese ser idealizado que cumpla todas las expectativas que tenemos –se tienen- de una persona.

Los caníbales viven con una ansiedad –sin freno- por probar a una, otra y otra persona; esa necesidad imperiosa por estar con alguien, con tal de no sentirse solos, esa necesidad de llenar el espacio vacío que su pecho guarda.

Así, los caníbales ahogan toda responsabilidad afectiva. Terminan por alimentarse una, otra y otra vez de personas -que a sus ojos dejan de ser humanos empezando, en cambio, a ser marionetas desechables-, pudiendo desaparecer a placer en cualquier momento, cuando la realidad no se ajuste a sus expectativas.

¿Cuántas veces hemos sido aquellos caníbales?, ¿Cuántas veces hemos confundido amor con compañía?, ¿Cuántas veces hemos lastimado a otros por tal de no sentirnos solos? Quizás a lo que tenemos realmente miedo es a estar con nosotros mismos –solos-, conocer quiénes somos realmente -convivir con todos esos demonios de alcoba que nos acompañan-, escuchar esas voces internas que solo llegan cuando estamos en completa oscuridad.

Antes de abalanzarnos por esa necesidad de entablar una relación, y cumplir esa expectativa social -que en algún momento se volvió propia-, debemos saber si estamos emocionalmente disponible. Ser –sernos- sinceros, siempre ayuda.

Al llegar ahí, al punto de estar solos con nosotros mismos, ¿Qué sigue? Complicadamente, lo que sigue es hacer lo elemental, tratar de escucharnos.

Al principio -como en todo-, debe ser una tarea difícil, si nunca la hemos hecho, pero poco a poco vamos a empezar a conocer partes de nosotros que no conocíamos.

Alguna vez escribí, “El amor empieza por uno y termina en los labios de otro”, sigo creyendo que esa es una de tantas síntesis con las que podemos describir al amor propio como el comienzo de todo.

Lo anterior no es caer en un egoísmo despiadado -ese que nos hace amarnos de una forma excesiva e inmoderada, buscando a toda costa nuestra felicidad-, sino un amor propio -que nos invite a estar bien nosotros mismos-, y reconocerlo como el primer paso para amar, crear, vivir.

Huir es un método de defendernos del dolor, pero estoy seguro que todos estaremos de acuerdo en que huir de nosotros mismos –seguir teniéndole miedo a ese encuentro en soledad-, es imposible de lograr en todos y cada uno de los sentidos.

 

 

 

CH