Un pendiente impostergable

  • Jorge A. González

Se ha discutido mucho sobre la brecha que existe entre la sociedad y el gusto por las manifestaciones artísticas.

Y recientemente se habla además de la falta del consumo cultural de lo nuestro, del arte y la artesanía dentro de un país rico en producción.

Mientras no estemos ante una sociedad sensible más que erudita y conocedora, no habrá apreciación y ni demanda.

Son muchos los factores que nos han arrinconado a esta situación, sin dejar de mencionar la globalización y la insistente publicidad de productos importados que taladran nuestro cerebro.

Hablar de apreciación artística, de formación de públicos y de sensibilidad, es adentrar a un tema complejo y multifactorial.

Cuando se discuten estos temas solemos buscar culpables, y generalmente recaen en la educación y las autoridades.

Y yo no diría culpables, yo diría responsables de buena parte del problema, pero nos hace falta abordar la parte más importante del asunto, de lo que poco se habla y no se acepta.

El problema de raíz es muy sencillo pero muy difícil de afrontar, porque se trata de un asunto que depende de nosotros mismos.

“Los hijos son el reflejo de los padres”, una frase muy trillada llena de tanta verdad, que como sociedad hemos escuchado pero no atendido.

Si los padres van al fútbol, hay muchas probabilidades de que el hijo sea fanático del mismo equipo que ellos.

También hay muchas probabilidades de que el niño sea sólo observador y no practicante del balompié.

Si invertimos el mecanismo, las cosas serían diferentes. Si los padres tienen el hábito de la lectura, de acudir al teatro o escuchar música de concierto, es muy probable que tengamos hijos interesados en ello.

Esto nos deja claro que no toda la culpa es de la autoridad y de la escuela, el primer ladrillo se coloca en casa.

Es importante que las familias estén conscientes de que son parte fundamental de un problema del que dependen mucho en el futuro de sus hijos.

Los padres suelen dejar la responsabilidad de la crianza a la televisión, a los abuelos, hermanos, vecinos, nanas o amigos.

Según la ciencia, durante la niñez se desarrollan los gustos, las fobias y las filias, sobre todo se arraigan los valores; ese sello que nos definen para toda la vida. Por eso es importante poner cuidado en dicha fase de la vida de los menores.

El conocimiento se adquiere en el aula y los valores en casa; sería un error pensar que en las instituciones educativas se forman hombres y mujeres de bien, ahí se les dan las herramientas.

No hay que confundirnos, en la escuela se forman hombre y mujeres útiles a la sociedad, de intelecto y capacidades para enfrentar y sobrevivir en un mundo convulso como el de hoy.

Creo que antes buscar culpables tendríamos que comenzar por nosotros mismos. Qué le enseñamos y qué nos falta darles a nuestros hijos.

Hay padres que piensan que con ser estrictos en las responsabilidades del hogar y la escuela, ya está hecha la tarea.

Me atrevo a decir que la tarea estaría completa además de inculcar los valores, si acercaran a sus hijos a las manifestaciones artísticas: a la danza, al teatro, a los conciertos, a la lectura, entre otras expresiones.

Si los padres no lo hacen, difícilmente los hijos buscarán comprender el hecho artístico y sensibilizarse como seres humanos; porque están expuestos de manera constante a una cultura inútil, engañosa y sin provecho.

Tampoco se trata de obligarlos, se trata de acercarlos y que ellos descubran qué expresión artística los mueve y los conmueve; qué les gusta y qué no les gusta. Con qué se quedan y qué desechan.

No podemos ver teatros llenos, museos abarrotados, gente leyendo o recorriendo una galería si en casa no estamos promoviéndolo entre nuestros hijos.

Cuando cumplamos con este pendiente, entonces estaremos hablando pues, de la educación artística y de las políticas culturales.

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