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Qué desperdicio...

Siempre he pensado que mi país es grande y fuerte, generoso y abundante en todos los sentidos, es resistente, tanto que hasta ahora ha resistido a sus malos gobernantes y a sus permisivos e indiferentes ciudadanos.

Cuando hablo de ciudadanos me siento un tanto bipolar porque son los ciudadanos los que hasta ahora han sostenido al país con su trabajo, con esfuerzo, con constancia y persistencia, pero son los ciudadanos los que  han aceptado la corrupción de los malos políticos; bueno, son algunos ciudadanos los que participan y opinan y se mueven; otros se han esforzado por timar a los demás y viven del trabajo de otros; algunos más son indiferentes y creen que así mantienen a salvo el mundo en el que viven y permiten, solapan, aprueban. A estos ciudadanos se suman los que son políticos y viven de todos nosotros y sienten que les debemos la vida.

Pues bien, siempre me ha gustado que en mi país existan ese documento que incluye derechos para los  ciudadanos como el de votar y ser votados. Me gusta porque nos iguala a todos, nos incluye a todos.

Todos en este país tenemos el derecho a ocupar un puesto de elección popular ya sea mediante un partido político o de forma independiente.

En un país como el nuestro, el Estado es responsable de que todos contemos con un Acta que certifique que somos mexicanos nacidos en cualquiera de sus 32 estados; es responsable de que todos, todos, todos, sepamos leer y escribir, que tengamos atención a la salud, que elijamos cuantos y cuando tener hijos, no ser discriminados, tener oportunidades de empleo, caminar por donde nos venga en gana sin ser revisados o cuestionados por ello, de reunirnos, de pensar y expresarnos en libertad, de ser sometidos a un proceso judicial limpio y justo.

Todo eso me gusta, me requetegusta. Lo que no me gusta es la apatía ni la indiferencia.

Siempre me he opuesto a que se exija una escolaridad mínima para ser representante popular porque entonces ya no sería un derecho de todos, sería discriminativo, habría un trato desigual hacia aquellos que por circunstancias ajenas a su voluntad y por responsabilidad del Estado no pueden estudiar o no van más allá de la primaria, y se les colocaría en una condición de incapaces aun cuando no lo fueran.

Siempre he pensado que los títulos nobiliarios no hacen mejores personas ni vacunan contra la corrupción personal y pública. Los títulos nobiliarios no garantizan mejor desempeño en una Cámara de Diputados, al menos no en el formato que tenemos.

Siempre he dicho y lo sostengo que una persona de escasa escolaridad y capacidad económica puede tener un mejor sentido común,  es más práctico y puede ser más honesto que un político amañado.

Pero ahora que veo las campañas para el cargo de Gobernador entro en contradicción y pienso que no todos deberían gozar de ese derecho a ser votados.

Gastamos mucho en las elecciones como para que haya candidatos satélites, candidatos que participan no por ejercer su derecho o para hacer valer la democracia  sino porque forman parte de una estrategia que les lleva de comparsas.

Ese  es el caso de personajes políticos como el Pipo Vázquez  o Alba Leonila y hasta de Juan Bueno.

¿Para qué gastamos en ellos? ¿Porque somos muy demócratas? Porque ejercen ¿su derecho? ¿Porque están enojados con otro candidato y quieren quitarle votos? ¿Porque son medianamente  conocidos y eso sirve para lograr la votación mínima para mantener el registro del partido que los postuló? ¿Porque no pueden dominar sus egos? ¿Porque no pueden vivir fuera del presupuesto?

Y los ciudadanos votantes ¿estamos pintados o qué?

Es absurdo que una entidad tan empobrecida (hasta el Gobernador es un político pobre, o sea, un pobre político) dilapide tanto dinero en una elección en la que participan 7 candidatos y cuatro de ellos no tienen más destino que perder.

Y luego, los ciudadanos no salen a votar, se quedan en casa pensando que para qué votan si su voto no es respetado y ahí siguen dando vueltas en un círculo vicioso muy costoso.

Al no salir a votar, el voto se encarece y el partido del abstencionismo logra hasta 30 por ciento o más del padrón electoral. Incluso, el abstencionismo r delta tener más papeletas que los partidos pequeños.

Gastamos mucho en las elecciones, se mueve toda una maquinaria: autoridades electorales, partidos, propaganda, spots en radio y tv (son miles), seguridad, dinero (millones), recursos legales e ilegales, voluntades y almas.

Y gastamos ¿para qué, en qué, en quiénes?

Para qué nos hacemos tontos, no se trata de democracia, no se trata de proyectos políticos y de gobierno, no es un asunto de avanzar, construir, mejorar. Es un negocio.

Desafortunadamente vivimos en un sistema político en el que la corrupción es una práctica aceptada y promovida, las elecciones no escapan a ella.

Así las cosas, me siento bipolar porque creo que no cualquiera debería ser candidato. No deberíamos invertir nuestro dinero en campañas que solo responden al interés de un grupo o partido con políticos que ya ocuparon un cargo de elección popular o en el gobierno  y no tienen más oportunidad de vivir del presupuesto.

Ser representantes de elección popular debería ser un honor, pedir el voto ciudadano un privilegio, hablar con los votantes una oportunidad, recibir un sueldo por ello algo extraordinario.

No debería ser una oportunidad para hacer negocios, entablar relaciones que derivarán en ingresos económicos, o cargos públicos o de elección popular.

Pues como le decía, me gusta saber que el señor bolero, el carpintero, el matemático, diseñador o bailarina de ballet, usted y yo podemos votar o ser votados. Me gusta pensar que cualquiera de nosotros tiene la posibilidad de defender los derechos de los ciudadanos.

Sí, sí me gusta mucho mi país. No, no me gusta el desperdicio electoral, es como invertir en negocios que sabemos van a quebrar.

En Veracruz no estamos como para tirar dinero y lo vamos a tirar. Al menos podríamos hacer algo...votar con voluntad, elegir con conciencia.