El cartel cinematográfico

  • Ricardo Benet

(Texto de sala para una exposición sobre cartel de cine)

Los carteles de cine son, como esas viejas postales que nos negamos a tirar porque “uno nunca sabe”, trozos extraños de otro tiempo, piezas de un rompecabezas antiguo que nos acechan de por vida y nos remiten a recuerdos vividos o inventados, a algunas de nuestras películas favoritas y a otras que ni siquiera vimos (o que evitamos por infames).

Pero en todo caso cuando reaparecen en forma de papel endeble y en formato de 60x90, apelan a la más básica de las nostalgias que es la de atestiguar una imagen fijada, detenida, en otro tiempo (“en una galaxia lejana, lejana…”).

Los carteles consistieron por mucho tiempo en un collage de escenas improbables, donde aparecían mujeres de lánguida o voluptuosa belleza y villanos de mirada penetrante;  vampiros a punto de encajar el colmillo o luchadores enmascarados en plena acción; románticas gestas heróicas y por supuesto, besos que lograron -sobre el papel- la eternidad.

La mayoría de ellos intentaban explicar toda la trama de una película yuxtaponiendo diversos momentos y elementos que muchas veces ni siquiera aparecían. Otros atraían al espectador con el truco del protagonista en su mejor close-up, en pose fascinante o desafiante…

Diseñadores y especialistas argüirán que el cartel no solo se quedó en eso, sino que evolucionó y citarán el cartel a una y dos tintas, en papeles elegantes o reciclados, el de épocas de guerra o los generados en economías precarias. Hablarán del geometrismo y minimalismo de los carteles rusos y cubanos, de la composición y la tipografía, y de que el cartel de cine forma parte ya de la historia del arte, porque inclusive Warhol y Lichtenstein incursionaron en tan gráfica apuesta.

Y ellos tienen toda la razón y mucho más conocimiento que yo, por cierto.

Mi intento aquí es más simple: compartir con ustedes el encantamiento de espectador.

¿Cómo olvidar el cartel de “Lo que el viento se llevó” con Clarck Gable a punto de besar a Vivien Leigh  o a un Clint Eastwood con su jorongo en “El bueno, el malo y el feo”, o la pantorrilla de Mrs. Robinson en primer plano con el tímido y joven Dustin Hoffman detrás con  las manos en los bolsillos en “El graduado”. O bien el tiburón con sus fauces abiertas a punto de engullirse a la bañista.

Pero no solo las grandes obras cinematográficas fijaron allí su sobrevivencia. Remitámonos a nuestra cinematografía donde con fotogramas en B&N y sugestivos dibujos nos mostraban los atributos de Rosa Carmina, Ninón Sevilla o Lilia Prado asoladas por un malvado gánster… Y las posteriores películas de ficheras y albures, con cuerpos y rostros caricaturizados en coloridas plastas, tipografías imposibles y desafortunados títulos en doble sentido.

Como todo joven siempre soñé con conseguir para la pared de mi cuarto el cartel de “Naranja Mecánica”, sí el de Alex asomándose de un triángulo apuntando hacia nosotros su estilete con la pestaña postiza en un ojo. Asistíamos a la cineteca y cineclubes esperando poder llevarnos -con y sin permiso- alguno de los atractivos carteles pegados las mamparas o en los  ventanales…

Les cuento, una vez estaba yo invitado como jurado en el festival de Cine de Gibara, Cuba, pequeño y agradable poblado de pescadores al extremo oriente de la isla…  Durante una película que yo ya había visto me salí a dar una vuelta al solitario lobby del cine…  Allí estaban expuestos, desde siempre y a la mano (sin marcos ni bastidores y a baja altura), los carteles originales de varios íconos cinematográficos cubanos: “Memorias del subdesarrollo”, “Las doce sillas”, “Fresa y chocolate”… Y, de pronto, me topo con el rostro impreso de Eslinda Núñez actriz de legendaria belleza, quien ahora (décadas después) era nada menos que mi co-jurado. Se trataba del cartel de “Lucía” de Humberto Solás y estaba allí desprotegido...

Sin plan alguno voltee a ambos lados y lo descolgué como si nada… No sabía qué más seguía en el guión de esa noche y solo atiné a quedar inmóvil unos segundos… De pronto aparece uno de los vigilantes y se acerca, más confundido que contrariado. Y yo allí paralizado, sosteniendo entre mis manos el ligero y apenas rígido cartel. El hombre alto y moreno, observa mi gafete de invitado especial (y jurado encima) y yo no atino más que a decir: “es que quería verlo de cerca”. El asintió, retiró suavemente el cartel de mis manos y lo colocó de nuevo en su lugar. Ninguna conclusión ni gesto que añadir. Regresé a la sala.

Luego el tiempo me compensó, un amigo documentalista consiguió el cartel de “Paisaje en la niebla” de Theo Angelopoulos, uno de mis directores favoritos y sabiendo de mi admiración y fanatismo por dicha película  me lo regaló. Tiempo después Angelopoulos visitó nuestro país y tuve la oportunidad de conocerlo y desde luego lo hice firmar mi (su) cartel…

Ni las posteriores imágenes digitales, ni los trailers (clips publicitarios), ni las redes sociales han podido suplantar la “persistencia en la memoria” del tradicional cartel cinematográfico impreso.

Uno le hace trampas al pasado y aunque no todas las películas fueron buenas, el cartel parece redimirlas, reivindicarlas y darles una segunda oportunidad.  Y al ver esas imágenes inquietantes y distantes, a nosotros se nos escapa también un suspiro vencedor de siglos, cual tías solteronas que cuelgan en sus pasillos a las generaciones de familiares.

Porque asumamos –como bien lo apunta Vargas Llosa- que el futuro no es lo que solía ser.

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Ricardo Benet

Estudió Arquitectura  (U.N.A.M.), posgrado en Historia del Arte (Florencia) y la carrera de Cinematografía  (CCC / Mèxico)

Ha dirigido 5 cortos de ficción, 2 documentales y 2 largometrajes: “Noticias Lejanas”, seleccionada en más de 60 festivales con 17 premios y “Nómadas” (protagonizada por Lucy Liu) estrenada en 2013

Como cine-fotógrafo ha realizado más de 20 cortometrajes y 4 largometrajes

Ponente en Portland University, Universidad de Buenos Aires y en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Ha sido jurado en los festivales de Puerto Vallarta, Montreal, Puebla, La Habana, Biarritz, Gibara Cuba, Barcelona y Mar del Plata.

Ha obtenido los premios “Ariel” de la Academia Mexicana de Artes Cinematográficas, el “Astor de oro a Mejor Película” en el Festival de Mar del Plata 2006, y “Mejor Director” en los festivales de Guadalajara y Vancouver, así como Mejor Director Iberoamericano en Málaga, España.

Está al frente del Departamento de Cinematografía de la UV y desde el 2007 coordina también los Talleres Audiovisuales del Centro de Artes Indígenas en Parque Tajín. Actualmente prepara su tercer largometraje.