Nosotras y la espiritualidad

  • Mujeres Que Saben Latín

Por Harmida Rubio Gutiérrez

Yo tenía 12 años cuando “por voluntad propia” me bauticé, hice la primera comunión y me confirmé. Digo que por voluntad propia porque nadie en concreto me forzó a hacer tales hazañas, pero debo decir que inicié mi vida católica en aquel entonces por integración social.

Mis padres no nos bautizaron a mis hermanos y a mí para que pudiéramos decidir ya grandes, en qué creer. Pero en aquellos entonces vivíamos en Torreón Coahuila, ciudad de una sociedad muy conservadora y católica en su mayoría. A esa edad, iniciando la adolescencia, sentí la presión de ser una niña no bautizada en un mundo de católicos. Así que decidí bautizarme. Después, como ya había comprado el billete, metafóricamente, me dije: pues vamos a ver de qué se trata esto, y asistí a misa regularmente durante más de un año. Al principio sentí consuelo, ayuda, y cierta paz; pero después comencé a fijarme en las palabras, las formas, los rituales; y una vez más me sentí excluida, pero esta vez por ser mujer. Yo no estaba de acuerdo con todas esas normas y preceptos de lo que la mujer debía ser, y si decía mi opinión, era una vez más juzgada. Yo no creía en un dios varón, que juzga, que vigila todo el tiempo, que castiga y premia. Decidí entonces dejar de ser católica (aunque muchas personas digan que tal cosa no es posible). Empecé entonces a preguntarme ¿en qué creo? Aún no me lo he podido responder, he buscado en diversos tipos de meditación y en el yoga, y aún no lo sé.

¿En qué creemos hoy en día las mujeres? ¿Cómo exploramos nuestra espiritualidad? ¿Qué buscamos: salvación, liberación, iluminación?

A muchas desde chicas se les inculca cierta religión, ciertas creencias, y sobre ellas han de guiarse si quieren seguir formando parte de una familia y de una comunidad. También hay quienes con conciencia plena se han adaptado de buena manera a esas creencias. Algunas de nosotras nos hemos cuestionado aquellos significados de las cosas que a través de la religión se difunden, y hemos empezado a explorar otras fuentes de acercamiento a nuestra vida espiritual.

Otras más, han crecido en ámbitos críticos y reflexivos en los que desde pequeñas se les ha enseñado a hacerse preguntas y a tomar decisiones, sobre todo en lo que a religión se refiere, y muchas de ellas han entendido el mundo y la vida sin la creencia en un ser superior. Hay cada vez más mujeres ateas y agnósticas que creen menos en dioses y más en relaciones entre seres humanos, energías, o en el funcionamiento de las cosas y los cuerpos de acuerdo a la ciencia. La escritora Rosa Montero dice: “Cuando me preguntan si escribo con el cuerpo o con el alma, me hace gracia, porque para comenzar, yo no creo en el alma”.

Muchas piensan que esta vida es la única oportunidad para aprender, experimentar, vivir, que no hay más allá. Yo lo comparto.

Pero existen muchas mujeres en el mundo que están en una búsqueda espiritual tan válida como la de los hombres. Basta ver los templos los domingos, los retiros de yoga, budismo u otros tipos de prácticas espirituales, para identificar a un gran número de mujeres en ellos. Pero las religiones y prácticas espirituales que nos ofrece este mundo, ¿nos son cercanas? ¿nos incluyen? ¿Cómo nos ayudan a desarrollar nuestra espiritualidad?

Hace muy poco escuché una reflexión muy interesante en una entrevista que le hacían a un psicólogo que escribió un libro de viajes, él decía que los hombres que han sido figura central para algunas religiones se han enfrentado al desierto. Se refería a Jesucristo, Mahoma y Buda.

Esta imagen me dejó la cabeza andando. Enfrentarse al desierto me parece algo apabullante en donde la espiritualidad sale a la luz, de una u otra manera. Hay un descubrimiento del sí mismo estando en soledad, y además, de la conexión con algo más, que no se ve. ¿Pero cuántas veces hemos escuchado de mujeres que se hayan enfrentado al desierto en una búsqueda de este tipo? ¿Hemos tenido noticias de mujeres que hayan pasado semanas meditando o en ayuno y que hayan logrado la iluminación? Esto me hace pensar muchas cosas. No creo que no haya habido mujeres que lo hayan hecho, seguramente las ha habido, pero no se conocen mucho esas historias; pero si no las hubiera habido, creo que ha sido por muchas razones. Muy parecidas a las razones por las cuales las mujeres no han podido acceder de forma igualitaria a diversas experiencias de vida, o a cierto tipo de espacios de poder, como los políticos.

Para ejemplificar esto, pongo aquí un pequeño fragmento de la historia de la monja Chiyono, que está referida en varios libros del Zen, y que he obtenido de un texto de Osho, un hombre que inició una forma de meditación muy popular en la actualidad:

“Chiyono era una mujer muy hermosa (…) fue de monasterio en monasterio intentando hacerse monja, pero hasta los grandes maestros se negaban: tenían a cargo varios monjes y ella era tan hermosa que se olvidarían de Dios y de todo lo demás. Por eso, allí donde iba encontraba las puertas cerradas. (…) Encontró una salida: se quemó la cara y se la llenó de cicatrices (…) Entonces fue aceptada como monja” (Osho, 2001).

Por otro lado, Sor Juana Inés de la Cruz, que por sus circunstancias sociales y políticas se convirtió en una monja católica, también tuvo sus múltiples dificultades: su confesor, Antonio Núñez, empezó a molestarse después de ver la prolífica obra de Sor Juana, de presenciar las múltiples visitas que recibía, y sus intercambios de correspondencia con gente importante de la época. Así que optó por juzgarla y por tachar sus acciones como escándalo público, a lo que Juana Inés contesta en una carta brillante y sarcástica:

“¿Por qué en mí es malo lo que en todas fue bueno? (refiriéndose a la cercanía con los libros) ¿sólo a mí me estorban los libros para salvarme?” y en otra parte le cuestiona amablemente “¿qué precisión hay en que esta salvación mía sea por medio de vuestra reverencia? ¿restingiose y limitose la misericordia de Dios a un hombre, tan docto y tan santo como vuestra reverencia?” (Zarco, 2002, pág. 95). (Recomiendo también ver la película “Yo, la peor de todas” que es una mirada sobre la vida de Sor Juana).

Aunque estos dos ejemplos son de historias de hace siglos, aún en la actualidad no se tiene el alcance para que la interpretación y aportación de las mujeres impacten en estas opciones de búsqueda espiritual. Las bases de casi todas las religiones han surgido de relatos con la mirada de hombres. Las mujeres estamos en esos relatos como personajes, tal vez como protagonistas, pero no como narradoras, y creo que eso es lo que hace falta para encontrar una manera de contactarnos espiritualmente con ciertas prácticas, o no.

Sin embargo, en algunos lugares las cosas empiezan a cambiar. “The hidden lamp: historias de 25 siglos de mujeres despiertas” (Moon, 2013), es la recopilación de relatos de mujeres ancianas sabias del Zen, donde Florence Caplow y Susan Moon, las recopiladoras e investigadoras, hacen una pregunta y una reflexión al final de cada relato. Este libro salió a la luz en el año 2013, así que apenas se están haciendo este tipo de descubrimientos de enseñanzas espirituales que se dieron hace milenios.

Finalmente he pensado en que hay algo en lo que sí creo, y es curioso que los dos verbos se conjuguen de la misma manera en primera persona: creer y crear. Yo creo que la creación artística, es más, la creación en general, es una búsqueda espiritual. En el momento de la creación nos desdoblamos, nos reconocemos, y puede decirse que se da cierto tipo de iluminación. Pero también hay otra cosa, creo que el cielo y el infierno están dentro de nosotras (claro, también afuera, pero en este mundo). Que en situaciones límite, en momentos de crisis muy profunda, cuando tocamos fondo, nos enfrentamos con nosotras mismas, con nuestros demonios y nuestros ángeles interiores; y en eso no hay dios que nos salve, sólo nosotras.

La cuestión está en decidir en qué creer o no, en descubrir nuestros espacios espirituales: la iglesia, el monasterio, la sinagoga, el convento, el bosque, la escuela, la calle, la biblioteca, las ciudades, nuestra casa, los jardines o el desierto. Aquellos lugares donde podamos estar con nosotras y con el mundo, y que creamos en algo o no, nos sintamos en contacto y en paz.

 

            BIBLIOGRAFÍA:

Moon, Z. F. (2013). The hidden lamp: Stories from Twenty-Five Centuries of Awakened Women. Somerville, MA: Wisdom Publications.

Osho. (2001). Tarot de la transformación. Barcelona, España: Gaia.

Zarco, C. S. (2002). Sor Juana Inés de la Cruz. México DF: Planeta.