Rodeos y charrería

  • Maricarmen García Elías

La charrería es vista como parte de una tradición mexicana, sin embargo propia del siglo pasado y para nada acorde a los tiempos actuales donde prevalece una marcada tendencia de evolución y cambio en la sociedad. Los rodeos, una versión gringa de la charrería se ha ido introduciendo también. En estos actos las personas que asisten elijen ver pero los animales usados para esta diversión no elijen morir.

Por años la mirada y críticas a estas prácticas ha estado puesta debido al brutal maltrato que hay detrás de “las suertes” empleadas. Antaño sí formaba parte de la cultura y tradición mexicana, actualmente son algunas familias “de abolengo” o caciques que realizan en sus lienzos la charrería, o empresarios que participan en las ferias de pueblo en pueblo ofreciendo estos shows que aluden y mercadean con la bravía del charro que muchos hombres llevan dentro, como si el nacionalismo se llevara de esa forma.

Lo cierto es que los animales utilizados en rodeos están sometidos a condiciones abusivas a fin de garantizar que tengan el desempeño esperado por el público que paga. Si no les torcieran la cola, ataran correas ceñidas alrededor de sus abdómenes y usaran espuelas, estos animales asustados y a menudo dóciles normalmente ni siquiera se resistirían. En los conductos, fuera de la vista de los espectadores, pueden ser pinchados, empujados, zarandeados, pateados y golpeados y les pueden retorcer sus colas, incluso hay nuevas técnicas donde a los animales, en su mayoría toros, becerros y vaquillas además les dan descargas eléctricas llamadas “hotshocks”.

Los jinetes portan en sus botas espuelas afiladas de metal que clavan en la sensible piel de los animales una y otra vez al aplauso de los asistentes. Practicas como el lazado de ternero donde los jóvenes becerros son tirados del cuello hacia atrás mientras corren a toda velocidad hacen que muchos de estos animales bebés sufran fracturas de espalda y cuello, lesiones que por supuesto no reciben ninguna atención médica cuando acaba el espectáculo, por el contrario, esto hace que sean sacrificados, también de manera dolorosa.

En las suertes que realizan, la mayoría de las veces, los valientes charros no logran lazar los cuellos de los animales y terminan arrastrándolos a la velocidad que galopa el caballo  de una o más de sus extremidades, Después de ser atados, estos animales son levantados y azotados contra el suelo, lo que puede resultar en fracturas y hemorragias internas, entonces sus patas son atadas fuertemente mientras el lazo alrededor de sus cuellos se vuelve cada vez más apretado.

En otro acto, por ejemplo con novillos, hombres grandes saltan desde un caballo en trote sobre las espaldas de novillos jóvenes, agarrándose de sus cuernos y torciendo violentamente sus cuellos intentando tirar al suelo a los aterrados animales que algunas veces mueren en el acto por este salvajismo.

En el caso de las suertes que realizan los jinetes, a los animales utilizados para el jineteo les atan apretadas correas alrededor de su sección media, dejándolos desesperados por escapar de la presión y del malestar. El tropiezo del caballo o mangana, es un evento de rodeo notoriamente inhumano en el cual se echa un lazo alrededor de las patas de un caballo a galope, haciendo que el animal se doble y se estrelle violentamente contra el suelo. Los caballos sometidos a este tipo de maltrato a menudo sufren quemaduras por fricción, abrasiones, dislocaciones, desgarre de tendones y ligamentos y de fracturas en las patas.

Por citar otras “suertes”, durante la terna en el ruedo, los jinetes deben lazar a un ternero lo más rápidamente posible, con un jinete lazando al animal por el cuello y el otro por las patas posteriores. Las víctimas sufren con frecuencia de parálisis y fracturas y de lesiones en el cuello y en la garganta. En el coleadero de novillos, un charro a caballo persigue a un novillo, después lo sujeta de la cola y la enrolla alrededor de su bota y presiona el estribo antes de virar y de azotar al novillo contra el suelo. Incluso más del 90 % de estos animales la piel de sus colas es arrancada al momento.

A los participantes de las charreadas y de los rodeos les gusta asistir porque se divierten, se sienten valientes, incluso se identifican con el estereotipo del charro y es respetable, pero son ellos quienes eligen ponerse en riesgo, en cambio los animales son obligados a participar y a menudo sufren heridas graves o mueren por toda esa brutalidad a la que son sometidos. Se sabe que a nivel federal ya se trabaja en proyectos tendientes a prohibir esto, por lo que a nivel estatal  bien valdría la pena comenzar a pensar en la prohibición de todo maltrato infringido a los animales en estos espectáculos mediante la ley. 

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