Soledad

  • Mujeres Que Saben Latín
El asunto es que la soledad es un problema grave, según la imaginería popular y nuestro inconsciente

Estela Casados González /

Carencia voluntaria o involuntaria de compañía, así define la Real Academia Española a la soledad. Es una palabra que por sí sola provoca sentimientos que van de la angustia al disfrute, de la frustración a la plenitud. Eso sí, depende del momento y de quién experimente soledad.

Al menos en los libros o en las historias que deben ser contadas y que se repiten sin cesar, aquellos hombres que experimentan soledad se encuentran en un momento de reflexión espiritual, intelectual, haciendo algo interesante para sí mismos o para la civilización.

Una mujer que está sola, o bien es fea o es inteligente sin chiste: “mujeres que saben latín, no encuentran marido ni tienen buen fin”. Se quedan solas, lo que suele ser muy mal visto.

El asunto es que la soledad es un problema grave, según la imaginería popular y nuestro inconsciente individual. Basta con googlear la palabra para que se desplieguen algunas páginas de autoayuda para enfrentar y lidiar con la soledad, como si fuera el toro más mortífero de la tarde.

¿Qué implicaciones tienen la soledad para las mujeres? Observo que es cada vez más frecuente que vivan solas. Voluntariamente (o no) están experimentando soledad y para muchas no está siendo placentero.

Cuando niñas jugamos a que vamos a estar acompañadas: cocinando para alguien, cuidando a un bebé, maquillándonos para alguien más, jugando con las amigas y con los amigos. Pero no jugamos a estar solas, a conducir máquinas, a arreglar aparatos, a enfocarnos y concentrarnos intelectualmente para tener el control de una situación determinada.

Hace tiempo una de mis mejores amigas arribaba a los 40 años. Tuve que consolarla porque sentía una soledad insoportable, pues no tenía marido, ni hijos, no vivía en casa de su padre y madre, viajaba tanto (por trabajo y por placer) que las pocas plantas que tenía se le secaban pues nadie les echaba agua. Su casa estaba desolada, no había fauna ni flora. Tuve que recordarle que tenía una vida interesante. Profesionalmente siempre estaba metida en proyectos que alimentaban su conocimiento, su autoestima. Que está rodeada de amigas que la admiramos mucho. En un par de meses cumplirá 41 años. No está muy convencida de lo que le dije, pero en el fondo piensa que es una “sola” con una vida envidiable.

Otra amiga, muy sola también, padeció la tragedia de que su hija fuera víctima de feminicidio. No hay dolor más grande que aquel que no puede compartirse, que debe ser enfrentado en soledad. Las secuelas de esta dura experiencia la fortalecieron. No recuperó a su hija, pero aprendió de sí misma. Se ha construido como una persona diferente, que inspira y despierta admiración en la gente.

Hay otras tantas historias sobre mujeres que sostienen un vínculo virtuoso con la soledad, la manera en que ello les permite construir su propio espacio, reflexionar sobre quiénes son, cuáles son los proyectos que quieren emprender, a dónde quieren llegar.

¿Sabemos quiénes somos? ¿O nos conformamos con ser definidas por lo que los demás dicen que debemos ser y hacer? Estas no son preguntas nuevas. La historia escrita, esa de la que queda vestigio, nos dice que los hombres han tratado de darles respuesta desde que la humanidad ha sido consciente de su papel trascendental.

Me pregunto qué respuestas han dado las mujeres a estas preguntas a lo largo de la historia. ¿Estarían demasiado ocupadas atendiendo y sirviendo a otros y otras como para pensar en ello? ¿O simplemente se formularon preguntas distintas ante una realidad que no tenía que ver mucho con los cuestionamientos masculinos?

La soledad constituye una oportunidad para repensarnos y descubrirnos, para hacer proyectos, casarnos con ellos o plantearnos otros que nos funcionen mejor.

La soledad nos permite levantarnos cada día y pensar que las protagonistas de la historia cotidiana somos nosotras mismas.