PRIMOR

  • Manolo Victorio

En la mesa familiar, el padre se sentaba a la cabecera de una prole de cinco hijos. A su derecha, sobre la mesa, exhibía un tramo de barzón, usado como fuete de castigo para quien osare ejecutar acción u omisión de ingobernabilidad o incurriera en desafío al orden imperante.

El simbolismo del pedazo de barzón en la mesa o colgado de un polín de la casa, causaba una efectividad indubitable, el mensaje semiótico causaba el efecto deseado por el paterfamilia: a la autoridad se le teme, por tanto, se le respeta y obedece.

En el salón de clases de la primaria -quienes estudiamos en las zonas rurales no sabemos ni entendemos la formación sicológica y  sociológica del kínder garden-, el maestro se sentaba en su escritorio inalcanzable, situado veinte centímetros arriba a ras del salón, en un desnivel que situaba el lugar de cada quien, paraba un chicote o varejón de camarón (un bejuco flexible como un látigo que siseaba como serpiente cuando se blandía sobre el lomo de un alumno o alumna) y lo dejaba como amenaza latente de un castigo inevitable, doloroso y humillante: a la autoridad se le respeta, no se le cuestiona, ni se le rebasa con barbajanadas.

La primera acción que ejecutaba el médico del pueblo cuando un niño o niña eran llevados al consultorio, era cuestionar la veracidad de la fuente del dolor, so pena de recibir una inyección de solución salina contenida en una enorme jeringa de vidrio con acero inoxidable que blandía la enfermera cómplice para que el paciente no se hiciera el enfermo: a la autoridad no se le engaña.

Después del catecismo, el cura exhibía una reproducción pictórica del purgatorio, horrible catacumba donde hombres y mujeres se retorcían de calor en espera de la sala que les correspondería según el comportamiento social y espiritual en vida: el cielo o el infierno.

Otra vez el mensaje: a la autoridad, en este caso al cura, representante de Dios en la tierra, no se le engañaba so pena de recibir un castigo divino e interminable en los reinos del chancludo.

Así crecimos, con miedo, respeto e inclinación a la autoridad.

Cuando un piquete militar llegaba a la escuela primaria, la gente salía de sus casas para verlos marchar en las calles de la ranchería, los hombres se quitaban el sombrero y las mujeres les ofrecían jícaras con pozol refrescante: a la autoridad se le respetaba y admiraba.

“Ahí vienen los guachos (militares) que te van a llevar al cuartel porque no haces caso”, rezaba la amenaza de las madres cuando no podían controlar a los hijos rebeldes.

Un estudio del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), realizado por los investigadores Daniel Zizumbo-Colunga y Benjamín Martínez Velasco “conciben como cosa buena que las fuerzas armadas tomen control sobre tareas que durante casi 80 años han estado en manos de civiles (Ricardo Raphael, Espanto de ser minoritario, Milenio 05.09.22022).

Según el documento 53 por ciento de los mexicanos están de acuerdo en que las fuerzas armadas, Ejército y Marina, den un golpe de estado en caso de que la oposición aborte los programas de gobierno aplicados por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Entrados en gastos, 55% de la población está de acuerdo que marinos y militares tomen el Congreso de la Unión en caso de que el bloque opositor se fortalezca y rechace todas las iniciativas del ejecutivo.

Ahí está la métrica, más allá de la percepción y la impronta social de respeto a la autoridad.

Podremos no estar imbricados en lo que piensa la mayoría de mexicanas y mexicanos de a pie, pero la alianza PRI-MORENA es reclamo del colectivo ante los espacios perdidos a manos de la delincuencia organizada.

El imperio de la violencia institucionalizada, el varejón, chicote, barzón o fusiles blandidos por el pueblo vestido de verde, surte efecto entre los mexicanos de a pie que aún seguimos los patrones de autoridad.

La medicina pudiera ser amarga a la larga, podría que el remedio salga peor que la enfermedad, no lo sabemos.

Lo que sí percibimos es que la fuerza del estado mexicano debe sentirse.

Las rabietas de la oposición que no propuso nada novedoso en la estrategia de combate a la inseguridad son sólo episodios necesarios para la propia sobrevivencia.

El PRI no es pendejo. Lee a la perfección que es hora de situarse del lado de la querencia popular.

Los aliados que se vayan al carajo cuando se trata de evitar la extinción.

El PRIMOR es una simbiosis, una mezcla necesaria en estos días aciagos.

Al tatiasca se le quiere, aunque en la paradoja mexicana viva en un palacio en tiempos de pobreza franciscana.