Nada pasará

  • Manolo Victorio

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.


Se recupera el fragmento del pastor luterano Martin Niemöller como una calca de escritos pasados, un machote usado mecánicamente para la protesta, con el arma única que posee el periodista: la palabra.
El apóstol San Juan lo dice en su evangelio (1, 1-18), en el principio ya existía la palabra.
Alejados del dogma, los periodistas sólo tenemos la palabra para desnudar la intrincada realidad, caminamos al amparo de la palabra en este oficio huérfano, desposeído y solitario, movidos la mayor de las veces por el hecho a revelar sobre una situación oculta, escondida, enigmática y secreta para el gentío que no sopesa el esfuerzo periodístico.


Las periodistas veracruzanas Yesenia Mollinedo y Sheila Johana García, quienes alimentaban el portal informativo El Veraz, domiciliado en Cosoleacaque, fueron asesinadas a tiros. Van 11 comunicadores en lo que va del año a nivel nacional, tres de ellos, ultimados en territorio veracruzano si le sumamos a José Luis Gamboa Arenas, cribado con 50 cuchilladas en la madrugada del 10 de enero en calles del fraccionamiento Flores, en la ciudad de Veracruz.


Cada 14 horas se agrede a un periodista en México, según la estadística aterradora lanzada por la organización Artículo 19, que documenta,137 comunicadores han sido asesinados desde el año 2000 a la fecha.
México es una trampa mortal para los periodistas, este país bronco es asesino de comunicadores, quienes peligran más que en cualquier punto del planeta.
Aun con estas desventajas, con la impunidad con el que se ejecuta a los periodistas, las compañeras y compañeros no se arredran, no claudican, siguen adelante en el día a día.


Yessenia Mollinedo, directora del portal de noticias El Veraz, y Sheila García, reportera de ese sitio, baleadas en Cosoleacaque, están muertas, nada cambiará, sólo los números en la desgracia colectiva.
Nada pasará, salvo el dolor que viven sus familias, amigos, compañeros, en las 72 horas legales que les brindarán visibilidad en las investigaciones de la Fiscalía General del Estado y notoriedad caníbal en los medios masivos de comunicación, donde alimentarán los niveles del morboso rating que las treparán en horarios triple A hasta que un nuevo feminicidio o tragedia que aglutine a la sociedad sea la noticia más urgente.


Nada pasará, salvo emisión de las frases huecas, lanzadas al aire con torpeza y tropiezos verbales, esgrimiendo un machote desgastado, 'se hará justicia', 'aquí no hay impunidad', 'investigaremos hasta donde tope, caiga quien caiga', en repetición del guion macabro de siempre.
Nada pasará, salvo las marchas de protesta de compañeros a ras de tierra que se desgañitarán en exigencia de una justicia arisca que llega remilgosa a cuentagotas a un sector despreciado por gobernantes y gobernados gracias a un discurso polarizado, divisor, que guillotina a rajatabla a reporteros, reporteras, presentadores, columnistas, analistas, fotoperiodistas y editores como una horda de parias ignorados, criminalizados y marginados.


Nada pasará, salvo la numeralia que se engorda a 11 periodistas asesinados en este país hasta el sol de hoy, siete de ellos ultimados en Veracruz.
Nada pasará, salvo que todo pasará, todo se normalizará, todos volverán a la calle, a la redacción, a la radio, televisión y a las redes sociales; hasta que se difunda con celeridad por la tropa que atisba en las salas de WhatsApp que ha desplazado a las mesas de café o las barras de cantinas de mala muerte, donde reporteros y reporteras nos retroalimentábamos en los días románticos aderezados con libreta de apuntes, grabadora de casete y bolígrafo.
Nada pasará, hasta que todo pase y pierda vigencia.


Nada pasará, hasta que haya otro periodista asesinado, otra compañera ultimada y la maquinaria oficial se eche a andar con los discursos acartonados, las frases justicieras y los amagos de una justicia pronta y expedita.


Dan ganas de llorar, escribió mi amigo José Luis Ortega Vidal.