EL MACHISMO NOS OPRIME

  • Jafet R. Cortés

Después de ver todo lo que ocurrió este último 8 de marzo, podemos estar seguras y seguros que no se ha entendido con claridad –todavía- el por qué rayos no debemos de celebrar el día de la mujer, y en vez de ello, debemos conmemorarlo, como un momento preponderante en la historia moderna, así como en la lucha por el reconocimiento de derechos, en este caso, de mujeres.

Recordemos ese 8 de marzo de 1857, día en que por primera vez se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, fecha en que se manifestaron trabajadoras en Nueva York; así como aquel 25 de marzo de 1911, que marcó un hito para la conmemoración moderna, después de morir 146 trabajadoras, abrasadas por las llamadas del fuego, mientras se encontraban en la fábrica “Triangle Shirtwaist” de esa misma ciudad.

Después de esos dos eventos, así como de las múltiples luchas anteriores y posteriores a estas, donde mujeres han levantado la voz para el reconocimiento de sus derechos; después de todas las víctimas de la violencia sistémica, infiltrada –descaradamente- frente a nuestras narices, preguntémonos por última vez –para entender definitivamente-, ¿por qué se conmemora y no se celebra?, porque cuando muere alguien, ¿celebramos o conmemoramos?

Lamentablemente en esta epidemia de violencia han muerto mujeres y siguen muriendo, muriendo de maneras despiadadas, mutiladas de sus senos, arrojadas a fosas después de haber sido violadas, abusadas por sus parejas en casa, molidas a golpes en los lugares donde se creería que estaría segura cualquier persona. Todo por el hecho de ser mujeres.

Cifras oficiales arrojan que en 2021 fueron denunciados mil cuatro feminicidios en México -asesinatos de mujeres en razón de su género-, número más alto desde que comenzaron los registros en 2015, un 2.66% mayor que en 2020. Lo que significa que, pese a las Alertas por Violencia de Género en los Estados y las recomendaciones emitidas por la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (CONAVIM), el problema sigue creciendo.

A esto se le suman los 21 mil 189 casos de violación en 2021, delito que aumentó en un 28.1% respecto al 2020, otro elemento que vislumbra el panorama respecto a la violencia machista y su creciente tendencia.

La mayoría de estas denuncias, se ven eclipsadas por la terrible impunidad que sigue siendo un mal, clavado hasta la raíz dentro de nuestra sociedad mexicana.

Ante esta realidad violenta que nos ahoga a todas y a todos, se vuelve necesario pero insuficiente el reconocimiento de la violencia, haciendo falta un cambio radical de estrategias, mismas que evidentemente no están funcionando como se quisiera.

De qué sirve ver fotos de gente fingiendo que se hace algo por concientizar el 25 de cada mes, si no se termina por entender la gravedad del problema y peor aún, no se cambian las conductas que lastiman.

De qué sirve ponerse una corbatita naranja o un pin de este color, si los directivos, mandos medios y compañeros, siguen realizando como práctica cotidiana el acoso y el hostigamiento sexual, así como la violencia de género dentro de sus hogares.

Vivimos en una sociedad violenta y adicta a esa violencia. Una sociedad repleta de gente oprimida, traumada, enferma, frustrada, que de alguna forma desata esa frustración, esos traumas, esa enfermedad, violentando a otras y a otros. Los abusadores siempre buscarán las sombras y atacarán a las personas más vulnerables.

La violencia a todas horas –sin descanso- en muchos casos, invisible ante nuestra miopía, que no nos permite ver más allá de lo que pensamos evidente.

Las mujeres viven una condición de vulnerabilidad porque la misma sociedad en la que vivimos se ha estructurado para oprimirlas, aunque muchas veces la gente no lo quiera reconocer. Así, los abusadores pasan desapercibidos y su violencia es solapada y/o justificada por la misma sociedad, que se vuelve un cómplice corrupto.

Nada más para que los hombres pensemos en la magnitud del problema.

Imagina vivir todos los días con un miedo profundo de salir a la calle, que tengas que pensar en la forma en la que debes ir vestido. Imagina que sales de casa vestido de una forma “provocativa”, y que por ello, algunas personas se crean con el derecho de aventar “piropos” grotescos -o del tipo que sean- sin que nadie se los haya pedido, o que se crean con el derecho de abusar de ti, de violarte, porque para eso es para “lo único que sirves”.

Imagina tener todo el tiempo miedo de no saber si va a volver tu hermana –o tú-a casa el día de hoy; tener todo el tiempo miedo de ser asesinado por el único y estúpido motivo de que eres un “pinche hombre”.

Personalmente he sufrido de la violencia machista -en mayor o en menor medida que muchos- por defender lo que pienso sobre lo que está mal desde nuestra conducta como hombres; he sufrido acoso perpetrado por hombres, pero eso ha sido una versión beta –ínfima y bastante desmejorada- de la violencia que lamentablemente reciben todos los días las mujeres, por el simple hecho de ser mujeres.

Muchas veces no nos damos cuenta -como hombres- de que hablamos desde aquel privilegio, y ese privilegio es un gran poder, que conlleva la grandísima responsabilidad de contribuir para que las cosas cambien.

Esa responsabilidad me ha hecho escribir estas líneas, aprovechar los espacios y hacer eco de aquellas luchas que se están viviendo, ese reclamo generalizado de justicia por aquellas víctimas, esos 10 feminicidios diarios que inundan al país de más sangre, esa realidad que nos debe indignar a todas y a todos.

Estas líneas invitan a ver la vida desde una óptica distinta, invitan a romper esos estereotipos y prejuicios que nos encadenan; invitan a que más personas combatan la violencia y el odio que nos está consumiendo por completo; invitan a un cambio.