Noviembre…

  • Mujeres Que Saben Latín

Inicié noviembre recordando que ya no tengo madre, que hace 12 años un cáncer se la llevó haciendo que también muriera la mujer que yo era en aquel momento.

“Jarrito de rojo barro donde tomo mi café. Yo te prometo jarrito que nunca te romperé”. Cada mañana mi madre recitaba ese poema popular ante su jarrito con café de olla. Amé cada una de esas mañanas porque podía verla sonreír unos segundos.

De vez en vez, me hacía una petición extraña. Me pedía que, cuando ella muriera, le ofrendara café en ese recipiente de barro. Nunca supe por qué me pedía eso. En casa jamás se ponía altar en noviembre. Nunca esperábamos a nuestros seres queridos que habían muerto.

Un día, no recuerdo cómo, el jarrito se rompió en cachitos igual que la promesa que mi madre le hacía cada mañana. Años después ella murió y yo jamás le he ofrecido café. Lo he olvidado. 12 años de olvido.

Prefiero recordarla cada día. Honrar su memoria con mis actos, aunque tal vez ella preferiría solo una taza de café y con eso se de por bien servida.

Nunca les he preguntado a los seres que ella amó y que la amaron cómo la recuerdan: una plegaria, una veladora, cerrando los ojos para recordar lo más bello de ella o si la evocan al momento de tomar una decisión difícil. No sé. Solo percibo que la recuerdan, que la recordamos. Así su voz, sus luchas personales, sus ideales sobreviven a más de una década de distancia.

Inicié noviembre escuchando de boca de compañeras activistas veracruzanas que 70 mujeres han muerto víctimas de feminicidio en la entidad en lo que va de 2014. Sus cuerpos reflejan la saña de la violencia con la fue cegada su vida y se les revictimiza a través de algunos medios de comunicación que las muestran como objetos quemados, torturados, mancillados hasta morir. Eso vende. Quienes lo leemos actuamos como si fuera costumbre leer tanta barbarie.

Siete mujeres asesinadas cada mes por el simple hecho de ser mujeres y porque los feminicidas en este estado y en este país gozan de impunidad. Lastimosamente, parece que los cadáveres de estas mujeres aderezan nuestra dosis de violencia cotidiana. Parece que hasta ahí queda el asunto.

¿Habrá 70 altares dedicados a estas mujeres? ¿Alguien las recordará? ¿Su familia sabe que están muertas? ¿Hubo alguna ofrenda para ellas?

Inicié noviembre confirmando la noticia que había circulado hace días por diferentes medios: los 43 normalistas desaparecidos fueron asesinados. Pese a que aún falta por confirmarse la noticia a partir del trabajo con los forenses especialistas, todo indica que la información es certera.

Esto ha creado una ola de indignación y dolor en quienes habitamos este país. Bueno, en casi todos.

El anuncio oficial nos ha tocado, las calles han sido testigo de ello. También han atestiguado el repudio hacia las autoridades, el hartazgo de la población ante la inseguridad que padecemos y el nulo respeto a nuestros derechos ciudadanos.

Pero ha sucedido algo más. Algo que cíclicamente pasa cuando nos enfrentamos a esta clase de hechos: no nos toleramos. Descalificamos la manera en que nos manifestamos en las calles y a través de otros medios y estrategias.

Y de repente, ese es el tema. Que si los encapuchados, que si la gente pequeño burguesa ingenua que le hace el juego al Estado con sus paros activos, que si la estrategia violenta con el rostro tapado para protegerse es la que logrará un cambio, que si no debemos de caer en provocaciones.

Y de repente, ese es el tema. “El enemigo” marcha a nuestro lado, pero no nos gusta cómo marcha por que es “anarco”, porque es burgués, porque es infiltrado o infiltrada. Nos desgastamos más argumentando quién tiene la razón y eso nos agota enormemente.

Nos quedamos ahí, intercambiando escupitajos, y los problemas de fondo se diluyen. A río revuelto ganancia de pescadores. Y nosotras y nosotros no pescamos nada. Solo desencanto y desgaste.

¿Es esta una forma de honrar la lucha de los normalistas de Ayotzinapa? ¿Es esta una manera productiva y enriquecedora de hacer ciudadanía, de manifestarnos, de luchar?

Nadie dijo que sería fácil, ni que la población, su sentir, sus reflexiones y estrategias serían homogéneas. Pero estamos perdiendo el objetivo. Eso es alarmante.

A la vuelta de la esquina nos espera la desmovilización, el olvido a largo plazo de este momento histórico que nos ha tocado construir.

También, a la vuelta de la esquina nos espera la oportunidad de construir en tolerancia y respeto, lo cual, por cierto, es difícil. Tan difícil que en más de 200 años no hemos logrado hacerlo, pero no por ello es imposible.