Como me ves te verás…

  • Mujeres Que Saben Latín

Por Estela Casados González

El 28 de agosto se celebró el Día del Abuelo o del Adulto Mayor (ni de la Abuela, ni de la Adulta Mayor, que quede claro). Y, como sucede con cada celebración mercantilizada hasta el infinito, volteamos a ver al sujeto al que se le celebra, nos deshacemos en halagos, felicitaciones y “reconocimientos”, para después olvidarlos. La vida sigue.

Cotidianamente nos percatamos de la difícil situación que padecen muchas personas que han llegado a la vejez. Lo vemos con los ejércitos de ancianas y ancianos que son víctimas de la trata de personas e inundan las calles de la capital de esta entidad para pedir una moneda, una caridad. Pero no es necesario voltear fuera de casa. Al interior de muchas de nuestras familias hay una persona de la tercera edad, alguien a quien su pensión raquítica le rinde cada vez menos (cuando la tiene), a quien a veces se le respeta su derecho a la salud a través de un sistema clínico y hospitalario que se ha olvidado de la dignidad de las y los ancianos, que les hace esperar horas antes de darles un medicamento genérico que ni resuelve ni distrae su enfermedad.

Ejércitos de hombres y mujeres que en sus mejores años trabajaron por este país para que ahora, en su vejez, una runfla de funcionarios y políticos perversos, les digan que vayan a los cajeros a retirar sus pensiones y se encuentren con una mentira, con un engaño porque esas máquinas, los cajeros, indican que su cuenta está en ceros. ¿Y los medicamentos que hay que comprar? ¿Y los gastos que hay que cubrir para poder sobrevivir? Habrá que esperar que, de un momento a otro, aparezca el recurso para el cual se trabajó toda la vida y que hoy en día ha ido a parar a las cuentas bancarias de “un quién sabe quien”.

Y así, la población en general, sobre todo los más jóvenes, desconfía de la honestidad, honorabilidad y efectividad del Estado. Más del 50 por ciento de la población de este país tiene 22 años y menos. Es inevitable que se vean reflejados en la situación actual del sector más anciano de la población, el cual hace medio siglo trabajó bajo otras condiciones laborales, con otras garantías para su jubilación. ¿Qué le espera a este país de jóvenes a la vuelta de algunas décadas, cuando seamos un país de viejos?

De acuerdo a datos del INEGI, 10 millones 900 mil personas en este país tienen 60 años y más. A medida de que su vejez avanza hay un mayor número de mujeres que le sobreviven a los varones. 129 mujeres de 80 años o más por cada 100 hombres de este mismo rango de edad.

Datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), dan a conocer que, de las adultas mayores que tienen o tuvieron pareja, el 45 por ciento sufrió algún tipo de violencia a lo largo de su vida por parte de su pareja o ex pareja. De ellas, el 90.5 por ciento declaró que sufrió violencia emocional a través de humillaciones, menosprecios, al ignorarlas, dejarles de hablar y no tomarlas en cuenta.

No hay que perder de vista que la misma ENDIREH señala que 23.5 por ciento de las adultas mayores del país, declararon haber sido víctimas de agresiones sexuales.

La violencia ejercida sobre ellas no solo proviene de su pareja o ex pareja, sino de otras personas que forman parte de su círculo cercano. 18 por ciento declaró a ENDIREH que habían sido agredidas y maltratadas por sus familiares, regularmente por sus hijos e hijas. La violencia emocional y la económica fueron las más frecuentes. También declararon que ya no les compraban sus medicamentos o las descuidaron cuando estaban enfermas.

Muchas de estas situaciones surgen cuando las abuelitas dejan de ser útiles para las hijas e hijos, es decir, cuando ya no pueden cuidar de los nietos y nietas u otros integrantes de la familia, dado que su situación física particular demanda cuidados.

En las últimas décadas hemos atestiguado el papel fundamental que tienen las abuelas en el cuidado y educación de sus nietas y nietos. Tanto en el ámbito urbano como en el rural, las abuelas son personas fundamentales para la sobrevivencia económica de las familias. Ellas, sin devengar un sueldo o compensación económica, apoyan a sus hijos e hijas para cuidar a las y los integrantes más pequeños de la familia, de tal suerte que los padres y madres puedan integrarse a la población económicamente activa del país y, con ello, traer a casa un sueldo que permita subsistir a la familia.

De las 10 millones 900 mil adultas y adultos mayores, más del 43 por ciento se encuentran en situación de pobreza multidimensional, es decir, se les vulnera uno o más de sus derechos relacionados con el desarrollo social y sus ingresos no son suficientes para adquirir bienes y servicios. O sea, lo que nos pasa a la población de este país, pero teniendo 60 años o más.

¿Alcanzan a ver de qué va a tratar la película de nuestras vidas a la vuelta de unas décadas o se los cuento otra vez?