¿Sororidad?

  • Mujeres Que Saben Latín

Estela Casados González/

“Me despido con un abrazo sororal”. “En sororidad, atentamente yo, la que firma”. “Sororalmente, fulana”. Esta clase de despedidas las he visto en oficios, invitaciones, correos electrónicos y otro tipo de correspondencia que acostumbran a enviar algunas compañeras feministas. Antes de sentir confusión al ignorar el significado de la palabra, cuando la leía sentía bonito. Sospechaba que la sororidad era algo que acontecía cotidianamente entre feministas. Vamos, sospechaba que un mundo sororal era posible y sonreía conmovida.

¿Y qué es la sororidad? ¿Existe esa palabra? ¿Existe en nuestro idioma? La Real Academia Española desde luego dice que no la tiene registrada en su Diccionario, pero ya sabemos que siempre será más fácil que se incluyan palabras como “chatear” (búsquela, en serio que ahí está), que cualquier otra que aluda a las mujeres y diversos “grupos minoritarios”.

Teóricas feministas nos dicen que la palabra proviene del latín soror que significa hermana. En francés la encontramos como sororité, en italiano sororitá; sisterhood para las y los angloparlantes.

Cuando las feministas hablamos de sororidad aludimos a una alianza profunda entre mujeres. ¿Por qué las mujeres tenemos que aliarnos profundamente? La cultura patriarcal (esa donde vivimos usted y yo, en donde se privilegia lo masculino y se subestima lo femenino) cotidianamente educa a través de la familia, la religión, la escuela y otros ámbitos importantes, con fuertes contenidos misóginos para que las mujeres rivalicemos entre nosotras y nos metamos el pie a la menor provocación.

“Mujeres juntas, ni difuntas”, no dice el refranero popular aludiendo a que aparentemente no tenemos capacidad para convivir y trabajar en unión por objetivos en común. Parece que estamos condenadas a competir para ver quién es la más bella, la elegida por el hombre más guapo, la que puede conseguir “casarse bien” (cualquier cosa que eso signifique).

Desde nuestra niñez, la cultura patriarcal nos educa para antagonizar. Ahí están Maléfica y las feítas hermanastras de Cenicienta, quienes tratan de compensar con maldad lo que les falta de hermosura. La reina otoñal muere y las feas se quedan sin príncipe. ¿Moraleja? Accedemos al poder a través de los hombres, pues nos educan para creer que no somos capaces de lograrlo por nosotras mismas, mucho menos mediante de alianzas y trabajo conjunto.

Lejos de ser sinónimo de amistad o de que nos besuqueemos cuando nos encontramos por la calle y que nos tratemos con excesiva dulzura, la sororidad significa que las mujeres nos veamos y nos tratemos como iguales, que reconozcamos la valía de “las demás” y que bajo esos principios construyamos un pacto político de género. Es decir, que iniciemos tareas de manera seria para lograr beneficios para nuestras iguales. Y ahí empieza lo interesante, porque ahí comienza la dificultad del asunto.

Marcela Lagarde y de Los Ríos, una de las feministas mexicanas más admiradas y multicitadas en el mundo (para bien y para mal), nos dice que las mujeres debemos de reconocernos como interlocutoras, sin jerarquías, con pleno reconocimiento y respeto a la autoridad de cada una: “Al jerarquizar u obstaculizar a alguien, perdemos todas y todos. En ocasiones, la lógica patriarcal nos impide ver eso”, escribe Lagarde.

Leo a esta teórica y feminista mexicana, así como a muchas otras que reflexionan y escriben sobre el tema. Me pregunto si soy sororal. Soy feminista, pero no sé si soy sororal. Serlo es una apuesta radical dentro de una corriente de pensamiento tan radical como lo es el feminismo.

A veces a las feministas se nos olvida (o al menos a mi que soy tan desmemoriada) que es muy difícil construir pactos entre mujeres y que es más fácil destruirlos, lo cual nos lleva a vulnerar lo poco que se ha logrado.

He visto alianzas profundas entre aquellas que, por pobreza o por convicción política, se empoderan con la firme convicción de beneficiar a mujeres de su misma condición socioeconómica. ¿Es esto sororidad u oportunismo?

Habrá que reflexionar sobre ello y hacer una revisión de lo que como feministas nos ha tocado hacer. La manera en que hemos acariciado a la sororidad como una utopía, en tanto proceso en construcción.

Por ahí dicen que “la utopía sirve para caminar”, y yo agregaría, o para desilusionarnos…