El encanto por generalizar

  • Jafet R. Cortés

Una de las frases que aparece en el escenario colectivo con mucha frecuencia es que "todos somos iguales". Desde esa óptica, se describe a un conjunto de personas desde la generalización, incluyéndonos en ella, sentenciando de manera absoluta la realidad y sellando nuestro destino.

La construcción de esta recurrente teoría surge como una respuesta para entender el ahora de una manera más sencilla. Es más fácil para la mayoría comprender algo si lo situamos desde la generalidad, quitándole aquellos matices que complican la fórmula y nos obligan a profundizar.

Esta respuesta, a su vez, deviene del prejuicio, un análisis de valor sin datos reales que le sostengan, más que la simple ligereza de señalar; así como de los estereotipos, positivos o negativos, que generalizan a todo un conjunto por igual.

Sí, existen estereotipos positivos, cuando la construcción viene de enaltecer las conductas del grupo en cuestión; y negativos, si se plantea que toda persona que pertenezca al conjunto debe tener tales o cuáles características negativas precargadas.

Las generalidades también se vuelven roles obligados socialmente. Ejemplos recurrentes vienen de la teoría -arcaica- de género, que construye en moldes comunes a mujeres y hombres, sentenciados sin que puedan cambiar lo que son, o lo que deberían ser.

Si nos planteamos las múltiples aristas que nos construyen como seres humanos, y nos centramos en nuestra capacidad de decidir -que algunos llamarían libre albedrío-, debería de adquirir un peso mayor la individualidad y el análisis específico de cada situación, antes que la desesperada y genérica respuesta que busca explicarlo todo desde la totalidad.

Después de lo anterior, en verdad, ¿todos somos iguales?, la teoría de la totalidad analiza un caso específico que terminó en desastre y lo vuelve la regla general; y la regla general se vuelve una condicionante.

Al final, la teoría de la totalidad se alimenta de historias de otras personas –casos negativos- que refuerzan el sistema de creencias que tenemos, aquellas que nos perjudican. Sin conocer a detalle las situaciones, nuestra mente empieza un proceso de relleno imaginativo de aquello que no sabemos, a partir de nuestro sesgo estereotípico y prejuicioso.

"Todos los hombres son...", "todas las mujeres son...", "todos los abogados son...", "todos los mexicanos somos...", y un sinfín de etcéteras que habla más de lo cundida que está la sociedad, de ideas preconcebidas de lo que cree que debe ser, que normalizan la violencia, validan estereotipos y promueven la discriminación.

Las generalidades hacen que nos tropecemos con la justificación, quitándoles a los individuos responsabilidad sobre sus actos. Las personas terminan aceptando conductas negativas desde ambos bandos; quien la realiza se vuelve víctima de su condición; y quien la sufre se vuelve parte del ciclo, al visibilizarlo como algo normal.

No hay análisis más profundos, solamente una condena previa que se construye desde el sesgo, y un mecanismo de defensa ante la falta de entendimiento de la realidad.

No, no todos y no todas son iguales, aunque la teoría de la totalidad nos lo sugiera de manera reiterada y poco prudente.

Desde la amenaza constante que se forma al interior de la sociedad, a partir de la generalidad de lo que debe ser, que provoca la normalización de la violencia, la validación de estereotipos  y la promoción de la discriminación, se vuelve indispensable romper este pacto, dándole el peso debido a todos esos matices que ayudan a entender de una mejor forma la realidad, desde la pluralidad de situaciones, tomando una postura más justa y más sana por el bien de todos.

 

 

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