El maltrato de la UV a su principal activo: los profesores

  • Erik del Ángel Landeros
Las exigencias para el docente son cada vez más complejas e incluso irreales

Las políticas para la educación superior buscan administrar y aplicar en beneficio de la sociedad todos los recursos que se destinen a ese fin. Es labor de las universidades e institutos formar profesionistas que, además de ser especialistas en su materia, contribuyan a conformar una sociedad libre, igualitaria, con derechos y obligaciones para los hombres y las mujeres.

Sin embargo, a la par, dichas políticas para la educación superior han sido permeadas por estándares y visiones neoliberales, impuestas por organismos internacionales y adaptadas en México por prácticamente todas las instituciones a nivel federal, como el CONACyT, y a nivel estatal, como la Universidad Veracruzana (UV). Estos paradigmas neoliberales giran al rededor del tema de la calidad, la cual se ha vinculado predominantemente a la definición de estándares, evaluación, acreditación y mejoramiento y capacitación de los docentes.

En este sentido, la evaluación docente es común en prácticamente todo el mundo, ya que a los profesores se les aprecia como actores clave para mejorar la calidad y los resultados educativos. Sin embargo, la evaluación también es un factor de polarización social y política; para Ordorika encierra un fraude ya que la evaluación docente se ha convertido en la acción fundamental de la calidad educativa, dejando caer sobre los maestros el peso de casi todo el sistema de educación.

Las exigencias para el docente son cada vez más complejas e incluso irreales. Hoy en día el profesor universitario es considerado un profesional del conocimiento, capaz de desempeñar diversos papeles como; diseñar cursos, aplicar métodos de enseñanza innovadores, implementar criterios de evaluación congruentes, para cubrir el amplio espectro de requerimientos de una población estudiantil heterogénea, que además tenga habilidades sociales para manejar grupos numerosos, que inspire a estudiantes por su placer hacia el estudio y aprendizaje y que utilice apropiadamente las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Al mismo tiempo, se espera que sea altamente productivo en la investigación, en la gestión, que pueda conseguir nuevos recursos financieros, que haga malabares para sortear las demandas administrativas.

Este es el rol docente que exigen en las instituciones de educación superior y ocupa un lugar destacado en la retórica educativa actual. Sin embargo, el sentido de este perfil docente pierde lógica por la frivolidad con que se enumeran estas características, que aluden a un ser (no) humano, cuyas características se pretenden universalizar (Torres, 1998), deshumanizando al profesor y desvalorándolo como persona.

Es un hecho que el docente actual en las universidades tiene una variedad de características, que no todas compaginan armónicamente con su labor. Es un docente concreto que, si bien contribuye a las nuevas exigencias, también se mueve en un mar de contradicciones desde salariales, contractuales, profesionalizantes y de exigencia de alto nivel. Perrenoud (1996) afirma que los docentes cada vez más arrinconados en un rol de meros operadores de la enseñanza, relegados a un rol cada vez más alienado y marginal, son considerados más como un “insumo” de la enseñanza. 

La UV se enmarca en esta lógica, basta mencionar el tema de las plazas de tiempo completo, las cuales se abren a concurso para todo el público como se hace en prácticamente todas las universidades del país. Sin embargo, en este esquema de libre mercado y competencia laboral, se le reducen las posibilidades a docentes que han laborado por 5, 10, 15, 20 y hasta 25 años, al aplicar instrumentos de evaluación tecnocráticos, alienantes, frívolos que de ninguna manera garantizan la elección del mejor perfil, pero en cambio generan la división y la competencia insana.

En este esquema, se desestima la trayectoria docente en la institución donde el profesor se formó, se comprometió, colaboró, desarrollo y contribuyó a la formación de profesionales muchas veces por vocación, antes que buscar una garantía económica. En esta dinámica cabe la acepción de “maltrato laboral” al ejercer una práctica que afecta severamente el estado de ánimo, que ofende al docente al considerarlo solo un insumo sustituible, aislándolo de los méritos que después de años de trabajo son negados. Es ese el triste papel que juega la UV y sino presten atención a los procesos de concurso de plazas de tiempo completo realizadas en la Facultad de Psicología.

Las instituciones de educación superior, incluida la UV, deben de entender la fase de cambio en la que ha entrado el país, pero no sólo acatando a regañadientes políticas de austeridad, también reformulando su visión de universidad, en la que valdría la pena rescatar el respeto por la dignidad de la persona, tal como lo dice la Cartilla de valores escrita por Alfonso Reyes. En este caso, respetar y valorar la dignidad de sus profesores, sobre todo la de aquellos que han entregado su vida profesional y hasta personal para fortalecer a la institución y marcar positivamente la vida de los estudiantes.