La enfermedad

  • Alberto Delgado
No sé a qué mal santo me encomendé, porque me atacó una infección que “no la tiene ni Obama”.

Aceptémoslo, amable lector: hay gente que no sirve para estar enferma y mi plumaje es de esos. Tampoco le voy a decir que soy un tipo súper sano y que me cuido, no queremos mentirle a nadie aquí en su columna de los lunes. Pero lo que sí voy a decirle es que si hay alguien que esté incapacitado para estar enfermo, ese soy yo. ¿Cómo lo sé? Pues esta semana caí en las garras de la enfermedad y fue como un apocalipsis personal.

Sé que hay por todos lados gente librando verdaderas batallas contra las enfermedades, debatiéndose entre la vida y la muerte todos los días. No quiero ser irrespetuoso con esas personas contándole cómo me ha ido con una pequeña infección. Sólo estoy aceptando que si hago drama con esta enfermedad leve, no me imagino cómo estaría con algo más serio. Mi respeto para todos los que de verdad luchan por mantenerse vivos y sanos. Mi admiración y un gran abrazo.

La salud es otra de esas cosas que nosotros damos por sentado. Porque estar sano es lo “normal” y no nos damos cuenta de todo el esfuerzo que hace nuestro cuerpo para mantener ese estado de bienestar, hasta que lo echamos a perder. O llega un virus o bacteria y lo echa a perder. A lo largo de la historia de la humanidad, la enfermedad ha sido uno de los principales objetos de estudio. Para la gran mayoría de las culturas antiguas, la enfermedad es considerada el resultado de la desobediencia a las reglas de la cultura o los dioses respectivos. Y yo no sé a qué mal santo me encomendé, porque me atacó una infección en la garganta de esas que, como diría un personaje que visitó nuestras tierras hace unos días, “No la tiene ni Obama”.

¿Por una infección en la garganta estoy haciendo drama? Efectivamente. Eso se debe a que tenía ya un par de años sin enfermarme ni de gripe, y al momento de caer en las garras de esta infección, estaba muy desprevenido.  Ahí estaba tirado en cama, tratando de bajarme la fiebre con un trapo mojado, obviamente sin éxito, porque las infecciones sí saben (no como yo), que no estamos en el siglo XVIII y que hay médicos y medicinas para estas cosas. Los conceptos de enfermedad, en las diferentes culturas, fueron moldeados también por la existencia de los diferentes tipos de padecimientos. Por ejemplo, los árabes ya tenían nociones de las enfermedades infecciosas. Las razones de las infecciones eran muchas, podían desarrollarse dentro del cuerpo por influencia de factores externos, como las estrellas. Por eso el Papa Benedicto XIV, según algunos autores, llamó así al virus de la Influenza: “Influido por los astros”.

Así que influido por la fiebre, fui a buscar un médico. Como vivo en una colonia popular de esta ciudad, fui a uno de esos que están en junto a las farmacias que venden similares, porque es lo que más cerca me queda. Hay que decirlo: el médico muy bien, me revisó y emitió un diagnóstico acertado (porque vamos, era una infección en la garganta) y me hizo una receta, que yo, cándidamente, fui a surtir a la misma farmacia del consultorio. De pronto, en vez de los 4 medicamentos que había escrito el doctor, vi que la señorita que atendía me había puesto poco más de 10 cajitas y me había sacado una cuenta de aproximadamente 550 pesos. Puse el grito en el cielo (un gritillo ahogado, por la infección no era fácil gritar como se debe). Revisé el contenido de mi bolsa de compras en la farmacia, y había como 6 de esas 10 cajitas de medicina que no debían estar ahí, y que los dependientes de esas farmacias te “sugieren” comprar con pretextos del tipo: “estas pastillas son complemento del antibiótico, para reforzar su sistema inmune”.

Valiéndome de señas y entre sonoras toses, le hice ver a la empleada que lo que estaba haciendo era, palabras más, palabras menos, asaltarme, y como pude le dije que no iba a comprar sino lo que venía escrito en la receta por el médico. Mi cuenta en total fue de ¡250 pesos!. Y Dios sabe que lo intenté, pero no pude, hacer todo un discurso para hacer sentir culpable a la empleada que ya lucía enojada porque no compré todo lo que me dijo. Lo que le estoy diciendo, amable lector, es que además de luchar por sobrevivir a las enfermedades, hay que ponerse atentos para sobrevivir a los farmacéuticos, que si nos ven muy disminuidos, no dudarán en hincarnos el diente como verdaderos vampiros. No es casualidad que en la Edad Media los barberos y los doctores estuvieran en el mismo sindicato: definitivamente hay algunos médicos que si te atontas, te rasuran.

En fin, sobreviví a la fiebre y aparentemente sobreviviré a la infección. No era de gravedad, realmente, aunque sí me hizo pasar un muy mal rato, y de lo entumido que quedé, hasta llegué a pensar que toser es mi deporte.  Los cambios de temperatura que ha habido las últimas semanas nos ponen vulnerables a todos de contraer enfermedades. Cuídese y no se me vaya a enfermar, hágame caso. Mi recomendación musical de esta semana está a cargo de un doctor, el Dr. Dre. (Que ha de haber estudiado en la misma facultad que el Dr. Wagner o el Médico Reyes, porque terminó haciendo una canción que se llama “Necesito un doctor”). En fin, espero disfrute esta rola. Nos leemos el lunes. 

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