¡Aquí nadie se rinde!

  • Mujeres Que Saben Latín

Por Estela Casados González

Desde el año 2014 comenzamos a registrar lo que los medios de comunicación locales informaban sobre la violencia que las veracruzanas vivimos. Entre otros motivos, ese tortuoso registro nos permitía trascender el abuso sexual cotidiano y detectar la vigencia de lo que ata, lastima y mata a niñas y mujeres que nos tocó vivir en Veracruz.

2016 nos ha sorprendido en medio de una movilización nacional contra las violencias machistas. Y parece que lo que sucede en Veracruz acontece en todo el país: las agresiones hacia las mujeres son pan de cada día, a quienes nos gobiernan les importamos un carajo, las víctimas que tratan de alzar la voz y pedir justicia son silenciadas multitudinariamente.

“¿Por qué llamar anormal a algo que es parte de nuestras vidas desde siempre?”, se preguntan.

Por ejemplo, se confunde la autosuficiencia del ser humano con el mandato de que las mujeres deben tener en su información genética la habilidad y conocimiento para realizar las labores del hogar. De no ser así, las mujeres no sirven. Rebatir esa afirmación te hace lucir como loca o, de plano, como exagerada.

La misoginia tiene relevo generacional. Navega en las redes sociales, en la manera de hacer política de derecha o de izquierda (si es que esto último existe).

La llamada primavera violeta no tomó por asalto a nadie: se echaron a andar las tácticas medievales de la iglesia en su frenética y acaudalada carrera por salvar la vida de quienes ni siquiera han pasado por el proceso de fecundación; la invisiblización de los derechos de las mujeres en los ires y venires de la contienda electoral, hace lucir desangeladas las plataformas (¿alguien conoce alguna?) de las y los candidatos.

“46 veracruzanas asesinadas, 107 niñas y mujeres desaparecidas, 283 reportes de violencia contra mujeres y niñas” son las cifras que aparecían en una manta que evidenciaba el termómetro de la misoginia que han vivido las veracruzanas del 1 de enero al 20 de abril de 2016.

Es por ello que hemos salido a marchar en más de 40 ciudades del país, que nos hemos hecho presentes en las redes sociales a través del hashtag Mi Primer Acoso. Las historias se repiten como ciclos de horror. Basta con dar un breve seguimiento a #MiPrimerAcoso para enterarnos de dos cosas: Que las infancias de las mexicanas están plagadas de acoso sexual callejero y que en la mayoría de los casos quienes acosan son hombres que gustan de exhibir su pene en la vía pública, mostrarlo a las niñas y masturbarse delante de ellas en la calle, el transporte público o donde hubiese oportunidad de vulnerar a una chica.

Si bien es cierto que hubo quien trató de ridiculizar y minimizar este ejercicio de denuncia, no podemos negar que la naturalización del hecho ya no se sostiene en sí misma. Las nuevas generaciones de mujeres y hombres, tarde o temprano, deberán encarar el reto de dar otro sentido a la violencia contra las mujeres o acabar con ella para siempre.

Al transcurrir de los días, la Marcha del #24A parece nota antigua. Les invito a que no ignoremos la vigencia y permanencia de la convocatoria hecha: es una movilización nacional contra las violencias machistas y las movilizaciones no terminan con una marcha.

Es la primera vez en la historia que el país ha respondido a una convocatoria nacional para hacer patente el hartazgo de las mexicanas ante la violencia. Que se ha manifestado de manera simultánea en 40 ciudades importantes de la república en un intento por apropiarse de las calles, pero también del mundo virtual.

Si hacemos un paneo por las imágenes que circularon el pasado domingo tanto en redes como en los medios informativos, notaremos que las jóvenes tenían mucho qué cantar, mucho qué decir, mucho qué gritar.

La batucada feminista que encabezó la marcha en Xalapa entonaba a voz de cuello una frase que para algunas era un mantra y para otras más un decreto: ¡aquí nadie se rinde!