Javier Duarte: el narcogobierno que niega

  • Mussio Cárdenas Arellano

Su policía levanta. Su policía tortura. Su policía asesina. Su policía entrega las víctimas a la delincuencia pesada. Y aún así Javier Duarte descarta que el suyo sea un gobierno coludido con el crimen organizado, un narcogobierno.

Su policía, la Arturo Bermúdez Zurita, el secretario de Seguridad Pública, es la pista de Tierra Blanca, el caso de los cinco jóvenes levantados y entregados a la delincuencia, desaparecidos y supuestamente hallados los restos de dos —Bernardo Benítez Arróniz y José Alfredo González Díaz— en un rancho de Tlalixcoyan.

Pero no, dice Javier Duarte, no es un narcogobierno.

Su policía en Tierra Blanca estaba a las órdenes de Marcos Conde Hernández, delegado de SSP, con un historial de desapariciones en Cardel y Úrsulo Galván, decenas de jóvenes y hasta miembros del cuerpo policíaco levantados por el tipo sin que se volviera a saber qué destino les dio.

Pero no, refuta Javier Duarte, no es un narcogobierno.

Su policía, la que comandaba Marcos Conde, fue la que dispuso de la vida de los cinco jóvenes originarios de Playa Vicente, que ese 11 de enero, tras haber estado una semana en Veracruz, fueron avasallados por la tragedia al pasar por Tierra Blanca y ser puestos en manos del crimen organizado.

Pero, dice el gobernador, no es un narcogobierno.

Un ex policía intermunicipal es el detenido clave en el caso Moisés Sánchez Cerezo, periodista de Medellín de Bravo, director del semanario La Unión, levantado el 2 de enero de 2015, cuyo cadáver apareció inicialmente en Soledad de Doblado, cuando ya se sabía el trágico desenlace aunque el gobierno duartista lo negó porque se resistía a admitir que así se incrementaba la lista de comunicadores caídos en el gobierno de Javier Duarte.

Fue la presión de los medios, la intervención de ONG's, la gestión ante el cuerpo diplomático acreditado en México, lo que obligó al gordobés a "aparecer" los restos en el municipio de Manlio Fabio Altamirano. Otra vez un ex policía de la intermunicipal Veracruz-Boca del Río, desaparecida ¿por qué?, por estar permeada e infiltrada por el narco.

Con lodo se lava el rostro Javier Duarte. De palabra, con cifras alegres, el ardid de los resultados que todos deben ver, enfrenta su peor desgracia, la demanda de un cúmulo de veracruzanos, la reflexión de los analistas, la exigencia del círculo del poder para que dimita porque la violencia, el miedo, el luto y el dolor se apoderaron de Veracruz.

Narcogobierno no. Refuta el gordobés a sus críticos, que cada vez son más, la contundencia de Proceso, el embate de La Jornada, los dardos de El Universal, las punzadas de Milenio, de Puig, de Denise, de Loret, de Pepe Cárdenas, de Ana Paula Ordorica, de Beteta, de Hiriart, y hasta de otrora aliados que hoy observan cómo consuma el naufragio, como si para eso lo hubiera impuesto Fidel Herrera.

Coludidos con el narco, no. Su gobierno, dice Javier Duarte en la conferencia de los lunes, este 15 de febrero, se ha enfrentado a Los Zetas, al Cártel Jalisco Nueva Generación, al Cártel del Golfo. Y los ha vencido. Ajá.

Seguro por eso la violencia sigue y crece. Por eso los sanguinarios son más sanguinarios. Por eso los hogares se enlutan, las familias se disgregan, miles de veracruzanos huyen, temerosos e indignados viendo a su gobierno de rodillas y a su gobernador oculto en un drenaje mientras la sociedad es víctima del ataque del crimen organizado.

Javier Duarte debió ser director de teatro, de perdida guionista, pues sus tramas se asemejan a las gestas justicieras de Eliot Ness, el incorruptible, el intocable que envió a Al Capone a prisión.

Javier Duarte es mejor. Sus cifras apabullan, convencen, recuperan la fe en las instituciones, callan y silencian a los críticos, diluyen la suspicacia y la sospecha, y devuelven la tranquilidad perdida.

Van 123 líderes u operadores de cárteles aprehendidos, abatidos —asesinados, suena mejor— o neutralizados durante el duartismo.

De ellos, 99 eran Zetas, 11 de Cártel Jalisco, tres del Cártel del Golfo, uno del Cártel de Sinaloa y 10 más de células delictivas independientes.

Hosanna, Javier.

Se suponía, y así lo esgrimía a menudo “Culín”, alias el fiscal, alias Luis Ángel Bravo Contreras, que los asuntos de crimen organizado se lo dejaba al gobierno federal. Y tenía razón. Entonces es falaz que el gobernador se agandalle el récord de los capos y sicarios aprehendidos, muertos y desarticulados cuando se trata de un asunto que le atañe a la Federación.

“En otras ocasiones —agregaba Javier Duarte— se le ha acusado al gobierno (de Veracruz) de formar parte o de apoyar a algún grupo delictivo en particular, y lo que hemos dado a conocer hoy es que para nosotros las siglas, los grupos delincuenciales, los cárteles a los que pertenezcan estos criminales es indiferente”.

Y precisó para no dejar duda:

“Es decir, este gobierno no está coludido ni apoya a ningún grupo delincuencial; detenemos y enfrentamos a cualquier grupo delincuencial, sin importar cual sea que sea su nombre, sigla o denominación”.

Omite decir en qué gobierno crece el Cártel del Golfo y luego los Zetas: en el de Fidel Herrera, su mentor.

Era Javier Duarte subsecretario y luego secretario de Finanzas, más tarde diputado federal. Era fidelista y terminó siendo el delfín de la sucesión, el candidato impuesto, el gobernador surgido del fraude.

No se recuerda que en su paso por el Congreso, así hayan sido unos meses, haya hablado de la violencia en Veracruz, demandado la presencia de fuerzas federales para combatir al narcotráfico y sus operadores, como sí lo hizo Gregorio Barradas Miravete, panista, en 2007, que sentenció su intervención diciendo que la única fidelidad que había en Veracruz era al narco.

Obvio, Goyo Barradas fue levantado en 2010, cuando era alcalde electo de Rodríguez Clara, y su cuerpo apareció brutalmente torturado en Texistepec, Oaxaca, así como le hacen ahora, matándolos en Veracruz y arrojando sus cuerpos en entidades vecinas.

Llora Javier Duarte y se duele de aquellos que lo involucran con el crimen organizado, por omisión de quienes tienen el poder o por comisión de policías y funcionarios que sirven a los malandros.

Sensible, expresa el gobernador, la inseguridad es un tema que aprovechan diversos sectores para cuestionar su desempeño. Y eso, no jodan, no se vale.

Apela a los resultados, a los capos detenidos, a los sicarios abatidos o encarcelados, a los operadores financieros que mueven los recursos para que la industria del narco no deje de funcionar. Sea asunto federal, se vale robarse los muertos.

“Los resultados ahí están, pero hay quienes insisten en poner a Veracruz con focos rojos y generar una crisis en materia de seguridad, cuando acabamos de pasar un carnaval con saldo blanco”.

De nivel el análisis. Se congratula Javier Duarte de la seguridad que prevalece en Veracruz gracias al saldo blanco del carnaval de Veracruz.

Hosanna, mi gober.

Duartelandia es fantasía. Duartelandia es psicótica. Los enviciados con lo irreal ven lo que quieren y escuchan lo que les conviene. Así está el gobernador, ajeno a la realidad de Veracruz, creyendo que la sangre de los muertos es pintura roja, los cercenados una pieza teatral, el dolor y la muerte una escenificación.

Nada sabe Javier Duarte del ejercicio de gobierno. Cuando la policía tiene como oficio real levantar inocentes y entregarlos al crimen organizado, hay un narcogobierno.

Cuando el secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez, permite que un jefe policíaco, Marcos Conde, con su historial de desapariciones, ocupe el cargo de delegado de la SSP, pese a reprobar los exámenes de control y confianza, es narcogobierno.

Cuando son policías y ex policías quienes están detrás de las desapariciones forzadas y la entrega de personas al crimen organizado, es narcogobierno.

Su problema es la percepción de la realidad. Veracruz no padece violencia menor. No se roban Frutsis y Gansitos en los Oxxo, como afirmó en la peor declaración de su vida. Se llevan a la gente, las torturan, las van matando a pedazos, las refunden en fosas clandestinas, o las “cocinan” con ácido. Y si el gobierno lo sabe, lo permite y lo tolera, es narcogobierno.

Si en el área judicial, sea la Fiscalía o los juzgados, dejan libres a los implicados por falta de pruebas, por expedientes mal integrados, por negligencia o dolo, torpeza o colusión, es narcogobierno.

Si quien ejerce el poder concede territorios, les deja operar, se forman las rutas para el trasiego de droga, es narcogobierno.

Así le arda a Javier Duarte, es narcogobierno.

Y así está Veracruz.

Archivo muerto

¿A quién le impacta el descabezamiento de jueces y un magistrado en el palacio de justicia federal de Coatzacoalcos? A Samyra del Carmen Khoury Colorado, la fiscal regional. Se va su padrino y protector, Vicente Mariche de la Garza, quien se despide llevándola con los nuevos jueces, recomendándola, pues a partir de ahora habrá nueva línea, no la de Javier Duarte, no los enjuagues para que todo juicio de amparo interpuesto para enfrentar las arbitrariedades del fuero común, fuera desechado en primera instancia o en recurso de revisión. Samyra llegó a la Subprocuraduría, procedente de un juzgado federal, donde no pasaba de ser auxiliar, sin brillo, sin mayores atributos que ser la favorita de Mariche. Le concedió “Culín”, alias el fiscal Luis Ángel Bravo Contreras, la Subprocuraduría a cambio de que en los juzgados y tribunal colegiado federales se les avalara cuanto quisiera a la pandilla duartista. Y eso implicaba casi siempre violar la ley. Luego pasó a ser fiscal regional y ahí perdió la brújula, en manos de Hugo Álvarez Juárez y José Roberto Sánchez Cortés. Desmantelado el Clan Mariche, ¿de qué le sirve ahora Samyra al fiscal? Y la otra: ¿la escucharán los nuevos jueces y aplicarán justicia al mejor postor?… A ver cuántos universitarios marchan. A ver cuántos alzan la voz. A ver cuántos protestan. Convocan a defender a la Universidad Veracruzana, quizá tardíamente, cuando el plan de Javier Duarte, el estrangulamiento económico, ya provoca estragos. Citan para el 26 de febrero, en todas las zonas universitarias de Veracruz, esgrimiendo que la UV es de todos y que todos somos UV. Y así es. Hasta ahora sido un fiasco la defensa de la UV, reducida al alegato de la rectora Sara Ladrón de Guevara, quien finalmente se convenció de que el gobernador le tomaba el pelo, postergaba el pago del subsidio federal y estatal, retenidos ilegalmente los fondos, arguyendo que “a la universidad no se le debe nada, nada”, supuestamente pagando aportaciones a Pensiones del Estado y con ello lavándose las manos para no entregar los más de 2 mil millones de pesos que en justicia le debe a la UV. Habrá que ver si los universitarios tienen con qué. Ojalá que sí. Muchos resuelven la vida, salvan al mundo, enderezan lo torcido, todo desde el café, en Facebook, en Twitter, en la cantina, la zona de confort. Candil de la calle, ni siquiera increparon a su rectora cuando salió a decir que conflicto con el gordobés no había, que todo había una trepada al ring que le dio la prensa. ¿Y luego? La ignoró Javier Duarte y no le pagó un centavo a la UV. Por la vía penal es otra cosa. Denuncia la rectora y el gobierno se quiebra. Ofrece pagar. La misma treta nomás que revolcada. ¿Y qué hacen los universitarios? Además del ridículo, saliendo a la calle unos cuantos, nada. A ver cuántos acuden el viernes 26. Ojalá sean miles. Y que así entienda Javier Duarte que con la UV no se juega… Así sí. Ya se puede despreocupar Héctor Yunes. Llega en su ayuda Juan Antonio Nemi Dib, alias Doctor Molcajete, con su cauda de conflictos, las denuncias de corrupción que le interpuso la periodista Claudia Guerrero Martínez, directora de Periódico Veraz y autora de la columna Entre lo Utópico y lo Verdadero, en su paso por la Secretaría de Salud de Veracruz donde, por supuesto, no curó ni un pulque. Anuncia Nemi que dejará el Consejo de Seguridad Pública de Veracruz y que se integra a la campaña priista, en la que no cree nadie, ni los priistas mismos, erosionada por los desatinos, abusos, atropellos, omisiones, venganzas, mala leche, ocurrencias y un historial de corrupción, burlados los veracruzanos por Javier Duarte, el gobernador que nunca debió ser…

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