Con el vientre vacío

  • Mujeres Que Saben Latín

Por Estela Casados González

Hace varias décadas pasaba los 10 de mayo en festivales escolares. Mi madre, maestra de educación primaria, siempre estaba involucrada en los eventos que se organizaban en su escuela. Ponderaba el festival del Día de las Madres sobre cualquier otra cosa.

Su propia mamá, tenía que esperar hasta el día siguiente para ser felicitada por su hija.

Doña Victoria, mi abuela, nunca se molestó. Sabía que su hija, egresada de la Normal Veracruzana, era una docente comprometida con su trabajo en el magisterio, que estaba haciendo festivales y celebraciones para otras mamás, pero no por ello se sentía menos querida o valorada.

Sabía que la profesora Estela estaba en algún lado, que horas después o al día siguiente se presentaría en la casa materna. Le daría un abrazo. Que mis hermanos, mis primas y yo formaríamos rigurosa fila para pasar uno a una, para abrazarla, besarla y darle un obsequio.

Añoro esas celebraciones. Sobre todo porque la profesora Estela González Rivera y Doña Victoria Rivera Flores ya no están conmigo, pero eso no significa que no tenga madre.

El 10 de mayo siempre me ha parecido una fecha hipócrita. Se debería de reconocer siempre lo que ese día se canta, se declama, se lee, se llora y venera: un personaje que llevarás contigo de por vida. No importa si la relación fue buena o catastrófica. Esa mujer siempre estará presente en tus sueños, en tu vida, en tus decisiones y, lo que es peor (o mejor, según sea el caso), en tu inconsciente (cualquier cosa que sea eso).

Soy una grinch de los 10 de mayo. Sobre todo desde que no tengo a mi madre y tengo que hurtarle un cachito de amor materno a mi tía Raquel, profesora de educación primaria también. Promotora de festivales escolares dedicados a mamás ajenas… también.

En todo caso, la profesora Estela fue afortunada. Hay una frase que viene a mi mente en este 10 de mayo de 2015: “tiempos aciagos me ha tocado vivir. Los jóvenes perecen, los ancianos se agostan. Lastima vivir para contemplar los últimos días de mi casa. Ningún padre debería enterrar a sus hijos”(J. R. R. Tolkien).

Ninguna madre debería enterrar a su descendencia. Mucho menos deberían correr desesperadas en su búsqueda porque se llevaron a sus hijos e hijas en contra de su voluntad, porque las autoridades no son eficientes y solo reaccionan a golpe de periodicazos.

El domingo pasado atestiguamos marchas en todo el país. Eran aquellas madres que al pasar externaban dolor porque sus hijas e hijos han desaparecido sin dejar rastro. Contingentes de mujeres que penan preguntando y nadie les responde.

La gente las mira a su paso con risas nerviosas, con miradas inquietas. Desde los automóviles salen pulgares que se solidarizan y sonidos de claxon que se confunden entre el apoyo y el fastidio ante el tráfico que se ha provocado por el andar de quienes buscan.

La Procuraduría General de la República establece que se desconoce el paradero de 23 mil 271 personas en el país. En opinión de diversas organizaciones de la sociedad civil, estas cifras son conservadoras.

Lo cierto es que  miles de madres buscan a sus hijos e hijas, con el deseo infinito y sin la certeza de poderles encontrar con vida.

“¡Hijo, mientras no te entierre, te seguiré buscando!”, puede leerse en una pancarta que porta una mujer mientras camina con los brazos y la cabeza en alto y que forma parte del contingente que exige por la aparición con vida de las y los desaparecidos en la ciudad de Xalapa.

“Justicia para las víctimas de feminicidio en Veracruz. ¡Alerta de género!” se lee en una lona, a propósito de los más de veinte feminicidios de los que han dado cuenta los medios de comunicación locales en lo que va de 2015, aunque otros aseguran que son más de treinta.

Mujeres de la sociedad civil y defensoras de los derechos de las mujeres y las niñas se han declarado en alerta de género ante la ola de feminicidios, desaparición forzada, secuestros, violencia sexual y trata de personas.

¿Y qué es la alerta de violencia de género? De acuerdo a la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia para el estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, se trata de un “conjunto de acciones gubernamentales de emergencia, derivadas de la declaratoria por la autoridad competente, para enfrentar y erradicar la violencia feminicida”. Es decir, acciones coordinadas desde el gobierno estatal y las entidades que lo conforman para proteger la vida e integridad de las veracruzanas.

Si bien es cierto que la alerta debe ser declarada por el gobierno estatal, no debemos de perder de vista que los gobiernos de los estados de Nuevo León, Guanajuato y Estado de México han negado la posibilidad de accionar este mecanismo que puede salvaguardar a las ciudadanas.

Es por ello que desde la sociedad civil debemos de impulsar y exigir  la implementación de la alerta de género. Nuestra indiferencia abre la posibilidad de que un día vengan por nuestras hijas, madres, hermanas, por las mujeres que amamos.

No debemos de perder de vista que la implementación de la alerta de género redundará en la seguridad de los jóvenes y los niños, de la población en general.

Tuve la oportunidad de acompañar a la marcha convocada por El Colectivo por la Paz, así como lo hicieron personas sin filiación política ni partidista. Hubo una voz que encabezaba la procesión de madres que buscan. Una voz que llenaba de horror, de reproche, de lucha y esperanza a quienes la escuchábamos. La recordaré siempre.

Era la voz de una madre que preguntaba por el paradero de sus hijos e hijas. Clamaba porque su vientre estaba vacío, con un dolor peor que el del parto. Con el dolor de la desolación.